El pasado miércoles 27 de julio tuvo lugar en el Instituto de Formación y Actualización Política (IFAP) y en el marco de las actividades convocadas por Identidad Peronista, espacio del que NOMOS forma parte, la conferencia magistral de la Dra. Graciela Maturo, que versó en torno a La comunidad organizada de Perón y el Congreso de Filosofía de 1949, del que fue asistente en sus épocas de estudiante y al que considera un “acontecimiento histórico”, un evento de trascendencia insoslayable.
La conferencia comenzó con un testimonio de la vivencia subjetiva de haber asistido al Congreso, destacando la importancia que el mismo tuvo en su devenir profesional y vital. Para ella, el Congreso de Filosofía no terminó en 1949, siguió resonando en su interior, influyendo en su posterior formación, en sus inquietudes profesionales y políticas.
Luego fueron presentadas las líneas generales del desarrollo del Congreso en sí: la figura destacada de Irineo Fernando Cruz, «importante nacionalista católico» y principal organizador del Congreso; una breve exposición de los asistentes del exterior (entre los que destacó las figuras de Nicola Abbagnano, Otto Friedrich Bollnow, Eugen Fink, Hans-Georg Gadamer, Ludwig Landgrebe, Karl Löwith, Rodolfo Mondolfo, Wilhem Szilasi, entre otros); una breve nómina de los filósofos argentinos más destacados (entre los que mencionó fundamentalmente a Carlos Astrada, pero también a Hernán Benítez, Nimio de Anquín, Luis Juan Guerrero, Ángel Vassallo y a los hermanos Miguel Ángel y Rafael Virasoro); y los temas principales del Congreso: el debate filosófico entre fenomenología (y su deriva existencialista) y tomismo, la presencia subrepticia de la filosofía de Martin Heidegger –quien no pudo asistir por estar siendo sometido a un proceso de “desnazificación”–, la necesidad de volver a ligar la filosofía a la realidad política y social de la nación, etc.
Promediando su presentación, Maturo entró de lleno en la conferencia de cierre a cargo del Presidente, texto que sería más tarde conocido como La comunidad organizada. Afirmó que el texto está por entero consubstanciado con el pensamiento de Perón, considerando la polémica en torno a su autoría como una cuestión menor –aunque aventuró la posibilidad de la participación de Leopoldo Marechal o, al menos, una notoria afinidad electiva de su pensamiento con el del General, en lo que respecta a la figura del “Centauro” y al imperativo de considerar a la Patria como “una provincia de la tierra y del cielo”. Para ella, La comunidad organizada debe ser leída como el texto de un “predicador moral y espiritual”. En ese sentido, habló de una “vuelta” o “giro” de la filosofía –en clara alusión a la jerga heideggeriana, e interpretando tal “giro” en términos de conversión, con lo que el problema teológico queda trenzado al político y el filosófico–, colocándola en la base de una pedagogía y una cultura capaces de reorientar al hombre –con lo que coincidirían, además, fenomenología y tomismo, las principales líneas en disputa en el Congreso.
La autora destacó de la conferencia de Perón una serie de puntos que, a su juicio, deben repensarse –o repetirse, decimos nosotros, para continuar con Heidegger– : 1) la crítica a la Modernidad occidental destructora de valores; 2) la crítica al divorcio de la ética y la política; 3) la crítica al racionalismo, el progresismo y el materialismo; 4) la necesidad de reconstruir la persona humana como célula de la comunidad.
Finalmente, la autora propuso una lectura de la letra de Perón tendiente a revalorizar el lugar central de América y de Argentina como ámbito de destino de un nuevo ciclo histórico. En ello coincidirían también varios de los más destacados asistentes al Congreso: el ya mencionado Carlos Astrada, nuestro gran filósofo nacional; José Vasconcelos, rector cultural de los primeros años de la Revolución mexicana; el pensador peruano Alberto Wagner de Reyna, representante destacado del existencialismo cristiano en nuestro continente; y el propio Hans-Georg Gadamer, para quien en América se encontraba el futuro, según recordó la autora. Todo ello implica la imposibilidad de rechazar de plano a la civilización occidental, europea; el continente americano debe ser considerado heredero de Occidente y de sus tesoros espirituales.