Por Germán Spano
“Mientras haya algo que repartir o que tomar, habrá guerras”
Adam Heinrich Dietrich von Bülow, “El espíritu del nuevo sistema de guerra”.
“¿Se han “apropiado” ya realmente, hoy, los hombres de su planeta como una unidad, de tal manera que no quede efectivamente nada más por tomar? ¿ha llegado ya efectivamente a su fin, hoy, el proceso de apropiación, y cabe ya sólo efectivamente repartir y distribuir? ¿O no será que únicamente quepa producir? Y entonces seguimos preguntando: ¿quién es el gran “tomador”, el gran repartidor y distribuidor de nuestro planeta, el que dirige y planea la producción mundial unitaria?”
Carl Schmitt, “Apropiación, partición, apacentamiento”.
“Entretanto, se ha demostrado que el nihilismo puede armonizar perfectamente con amplios sistemas de orden, y que incluso esto es la regla allí donde es activo y desarrolla poder”
Ernst Jünger, “Sobre la línea”.
El planisferio está cambiando. Una serie de coordinados movimientos geopolíticos está alterando el sistema interestatal que se configuró tras la implosión del bloque soviético y el consecuente ascenso de EE.UU. al rol de potencia hegemónica.
De intervenciones y guerras “humanitarias” a un socialismo demo-salvaje, de programas de “austeridad fiscal” a la hipoteca del Estado por el estallido de la deuda pública, puede verificarse la profundización y aceleración de diversas “crisis” que socavan los fundamentos del Estado y, por otra parte, del unipolarismo estadounidense.1
La desarticulación geopolítica a la que asistimos tiene por objeto la invisibilización del poder mediante la pulverización del espacio y el tiempo. Si bien es difícil y hasta peligroso hablar de qué fuerzas están detrás de esta reconfiguración, puede advertirse con cierta claridad la desnacionalización y reemplazo de los actuales centros políticos por emergentes actores regionales y globales que sirven de catalizadores en el proceso de privatización de la soberanía en sus respectivas zonas de influencia, además de la presencia de un relato hegemónico que busca legitimar la fuerza de un demos ilimitado en la razón de un derecho global humanitario o en la bondad de los mercados para la estabilidad y el progreso de los regímenes socialdemócratas de distribución planetarizada.
La necesidad de proteger a la naciones de la indefensión estatal supone la consolidación de lineamientos geo-estratégicos contrahegemónicos que sepan explotar la complejidad y dinámica del tiempo y del espacio, lo que significa entender tanto a la historia como a las fronteras como organismos vivos tan susceptibles del cambio como de la permanencia. Y es en este sentido que Ceresole dirá que “Ninguna sociedad nacional puede permitir fracturas espaciales porque ello significaría la negación de una forma específica de proyección temporal. […] Una pérdida de espacio es una pérdida de futuro. […] Recuperar espacio perdido es también recuperar tiempo”.2
El paso del realismo periférico3 a una repolarización acelerada de los espacios concéntricos es tarea obligatoria para aquellos estadistas que desean validar a sus pueblos frente al tribunal de la historia. La búsqueda de un nuevo equilibrio de poder, de una nueva forma política, de una revalidación de la soberanía, nos ahorrará tener que experimentar la misantropía Hobbesiana.
El hombre civilizado, arrojado a un espacio isomorfo dónde lo político no encuentra expresión en función de un lenguaje depurado de realidad y crudeza, deberá enfrentarse a la historia si, al menos, desea conservar su cualidad de homínido.
La crisis de la estatalidad invoca soluciones novedosas. Urge una redimensionalización espacio-temporal de lo político que encuentre en la restauración de la auctoritas la posibilidad de suspender la desmedida proliferación de lealtades excluyentes que batallan entre sí en el seno del Estado. Del control y regeneración del espacio y el tiempo depende la viabilidad política de pueblos enteros, entendiéndose aquellos en su concepción metapolítica y geopolítica, es decir, como horizonte simbólico y matriz de poder.
La creciente subjetivización de lo político nos devuelve al peligro de vivir la anarquía de una época preestatal. Mientras el capricho y la infantilización parecen afectar a toda una civilización que se ufana en su decadencia, el Soberano aguarda su turno. Su trabajo presumiblemente será terrible. ¿Pero acaso que otra opción tiene sino llevar a cabo la tragedia?
Ante el naufragio de una civilización desterritorializada que ya no cuenta con el salvataje por el hecho de haber perdido su suelo, no tendrá más opción el Soberano que administrar la amarga medicina del sacrificio político, esto es, la redimensionalización espacio-temporal de la que hablamos.
Por supuesto que dicha operación sólo puede invocarla y ejecutarla el legítimo soberano, es decir, aquel que ha sido investido con la auctoritas. Sin embargo, por ésta no deberá entenderse la summa potestas de una máquina infernal, sino aquel tercer elemento al cual Antonio Caso4 describió dotado de una plasticidad extraordinaria, que “siendo un poco libertad y un poco ley” es ante todo autoridad.
1 “A largo plazo, las políticas globales tenderán a ser cada vez más incompatibles con la concentración de poder hegemónico en manos de un único Estado. De ahí que los Estados Unidos no sólo son la primera y la única verdadera superpotencia global sino que, probablemente, serán también la última”. Zbigniew Brzezinski, ´El gran tablero mundial´, Paidós, Barcelona, 1998, p. 212. También se sugiere leer del mismo autor ´La era tecnotrónica´ y ´El dilema de EE.UU. ¿Dominación global o liderazgo global?´, ambos de editorial Paidós.
2 Norberto Ceresole, ´Argentina: Sobre transiciones y decadencias. Cinco ensayos geopolíticos para la reinterpretación de la realidad Argentina´, Prensa y Ediciones Iberoamericanas, Madrid, 1987.
3 Carlos Escudé, ´Realismo periférico: Bases teóricas para una nueva política exterior argentina´, Editorial Planeta, Bs. As., 1992.
4 ´Una sociedad en la que la ley desaparece, se perturba en sus fundamentos. Descartar la ley es destruir las bases del orden social; pero desacatar la libertad o exagerar su radio de acción, hasta provocar el libertinaje, es también negar el orden social en uno de sus fundamentos indeclinables. Se ha menester, por tanto, algo que medie entre la libertad y la ley. Este tercer elemento debe realizar la plasticidad del orden social, adaptándose a las aspiraciones de autonomía, pero modelándose dentro de la forma del derecho. Siendo un poco libertad y un poco ley este tercer elemento, que mira con ecuanimidad y prestancia, es la autoridad´. Antonio Caso, ´La persona humana y el Estado totalitario´, UNAM, México, 1941.