«¿Los Chalecos amarillos? ¡La venganza de los villanos expiatorios!»1
Entrevista realizada por Nicolas Gauthier (para Boulevard Voltaire)
Traducción y notas: Francisco Mazzucco para Nomos.com.ar
Desde hace una decena de días, Francia vive la hora de «los Chalecos amarillos», y los comentarios en torno a ellos ya son numerosos. ¿Son un fenómeno pasajero o una cuestión de fondo? ¿Una nueva Fronda revolucionaria? ¿Cuál es su sensación sobre ello?
Hace cinco años, casi en los mismos días allá entonces, el 23 de noviembre de 2013, usted me había preguntado sobre el movimiento de «los bonetes rojos»2. En aquel entonces llamé su atención acerca del hecho de que “todos los movimientos de protesta o revuelta de cierta magnitud a los cuales estamos asistiendo hoy día nacen al margen o bien lejos de los partidos y de los sindicatos, los cuales no son evidentemente capaces de encarnar o transmitir las aspiraciones del pueblo”. Mi conclusión era la siguiente: “Una moción de orden: ¡bonetes rojos por doquier!” Y bien, henos aquí: los Chalecos amarillos son los bonetes rojos por doquier. Después de años y años de humillación, empobrecimiento, exclusión social y cultural, es simplemente el pueblo de Francia que ha retomado la palabra. Y que ha pasado a la acción con una cólera y una determinación que nos dice mucho (¡ya van dos muertos y 800 heridos, más que en mayo del 68!3).
Incluso si las clases populares y las clases medias bajas son su elemento motor -lo que da a este movimiento una extraordinaria dimensión clasista-, los Chalecos amarillos provienen de diferentes medios y reúnen en sí a jóvenes y viejos, campesinos y jefes de empresas, empleados, obreros y cuadros jerárquicos. Las mujeres a la par de los hombres (pienso en esos jubilados septuagenarios que no dudan, a pesar del frío, en dormir en sus autos para mantener los bloqueos noche y día). Gente a la que no le importan ni izquierdas ni derechas, y que en su gran mayoría ni siquiera han intervenido jamás en política, pero que se baten sobre una base que les es común: el sentimiento de ser tratados como ciudadanos de segunda clase por la casta mediática; de ser considerados como listos a ser arrancables de raíz, explotables a merced de la oligarquía depredadora de los ricos y los poderosos; de no haber sido consultados jamás, y haber sido siempre engañados; de ser «los villanos expiatorios» (François Bousquet) de la Francia de abajo, esta «Francia periférica» que es sin duda lo que hay más de francés en toda Francia, pero que ha sido abandonada a su suerte; de ser víctimas del desempleo, de la disminución de los ingresos, de la precariedad laboral, de la deslocalización industrial en el extranjero, de la inmigración; y que después de años de paciencia y sufrimiento, acaba por decir: “¡Ya basta! ¡Suficiente!”.
He allí lo que es el movimiento de los Chalecos amarillos. ¡Honor a éste, honor a ellos!
¿Qué es lo que más le impresiona de este movimiento?
Dos cosas. Lo primero y más importante es el carácter espontáneo de este movimiento, ya que esto es lo que más inquieta a las autoridades estatales que se encuentran así sin interlocutores válidos, pero también a los partidos y sindicatos, que descubren con estupor que cerca de un millón de hombres y mujeres pueden movilizarse y poner en marcha un movimiento de solidaridad como raramente se haya visto (con un apoyo en la opinión pública del 70 al 80%) y sin que siquiera hayan pensado en apelar a ellos. Los Chalecos amarillos, ejemplo acabado de auto-organización popular. Sin jefecillos grandes ni pequeños, ni césares ni tribunos, solamente el pueblo. El populismo en estado puro. Y no el populismo de los partidos o movimientos que reivindican esta etiqueta, sino lo que Vincent Coussedière llamó el «populismo del pueblo». Los de la Fronda, los sans-culottes, los de la Comuna4, no importa bajo qué patronazgo queramos colocarlos. El pueblo de los chalecos amarillos no ha confiado a nadie el derecho a hablar en su nombre, sino que se ha impuesto él mismo como sujeto histórico, y por eso también, ha de ser apoyado y sostenido.
El otro punto que me ha conmocionado es el increíble discurso de odio dirigido contra los Chalecos amarillos por parte de los portadores de la ideología dominante, la triste alianza de los pequeños marqueses en el poder, las stars preciosas y ridículas y los mercados financieros. «Pueblerinos», «embrutecidos», «idiotas» son las palabras que se repiten más a menudo (¡Ni qué decir del mote de «camisas pardas»!). Lean las cartas de lectores de Le Monde, escuchen a la izquierda moral -la izquierda a querosén5– y a la derecha bien educada. Hasta ahora contuvieron sus riendas sin desbocarse, pero ya no más. Se han dejado arrastrar de la manera más obscena para expresar su arrogancia y su desprecio de clase, pero también su pánico de verse destituidos por los plebeyos. Luego de la formidable manifestación de París, ya no tienen el valor para retrucarle a aquellos que se lamentan por el precio del combustible, que si a ellos no les alcanza la plata para comprar nafta entonces que se compren un nuevo automóvil eléctrico (que es la versión moderna del “Pues que coman tortas”6). Cuando el pueblo se esparció por las calles de la capital, ¡ellos hicieron levantar los puentes levadizos! Y expresan ya sin tapujos su odio contra esta Francia popular -la Francia de los Johnny, la que «fuma cigarrillos y rueda a diesel»-, de esta Francia no suficiente mestizada, demasiado francesa en cierta forma7, de estas gentes que Macron una y otra vez ha descrito como iletrados, como holgazanes que quieren «joder el burdel», en pocas palabras, como gente de poco valor que sabe que sus días están contados.
Se ve bien cómo comenzó el movimiento, pero no muy bien cómo pueda llegar a terminar, suponiendo, por otro lado, que deba terminar. ¿Están dadas las condiciones para que esta revuelta pueda traducirse de una manera más política?
No es en estos términos que se plantea el problema. Estamos delante de una cuestión de fondo que no está pronta a resolverse, porque es el resultado objetivo de una situación histórica que, por sí misma, está destinada a perdurar. La cuestión de los combustibles no fue evidentemente más que la gota que rebalsó el vaso, o más bien la gota de gasolina que ha hecho explotar el bidón de combustible. El verdadero eslogan a continuación ha sido: «¡Macron dimisión!». La renuncia de Macron. En el futuro inmediato, el gobierno va a utilizar las maniobras habituales: reprimir, difamar, desacreditar, dividir y esperar el desgaste. El movimiento puede desgastarse probablemente, pero las causas permanecerán siempre allí. Francia se encuentra ya en un estado pre-revolucionario con los Chalecos amarillos. Si se radicalizan aún más, tanto mejor. De lo contrario, habrá sido una advertencia mayor. Tendrá el valor de un ensayo general. En Italia, el movimiento «Cinque Stelle», nacido él también de un «día de cólera», está hoy día en el poder. Entre nosotros, la explosión final sobrevendrá en menos de diez años.
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