Por Francisco Mazzucco*
Recientemente han circulado encuestas de opinión acerca de la crisis sanitaria que estamos transitando en la Argentina, las reacciones del Pueblo a las medidas tomadas por el gobierno y el nivel de apoyo a posibles propuestas futuras. Una de ellas, muy completa, es la de Analogías Consultora, para más datos, véase la cobertura periodística de: Clarín, Página 12, El Cronista, u otros medios. Dichas encuestas de opinión podrían alentar un peligroso aire de victoria entre las fuerzas vivas del Estado, endulzar el paladar de nuestros intelectuales al punto de dormirlos en los laureles –y en especial, si nos comparamos con la reacción caótica y mal encaminada de nuestro vecino Brasil.
Para ello, para intentar aplacar la música soporífera de los “datos duros” que en el fondo no explican nada (y son mera materia prima a ser elaborada y reflexionada por los cuadros de gobierno), es que realizaremos un pequeño análisis de la “situación de campaña” de esta verdadera guerra contra el virus, buscando no tanto alarmar en vano, sino prevenir el bajar los brazos y dedicarse a la “inercia” en momentos que son definitivos y cruciales.
En el fragor de la batalla “todos detrás del Líder”
El primer dato puro a sacar de los recientes estudios sería que evidentemente el gobierno está haciéndolo absolutamente todo bien: la gente, sin importar su sexo, su edad o su educación, lo apoya en esta situación excepcional; dicho sostén no se detiene en las medidas ya tomadas, sino que alienta al gobierno a profundizarlas y cualquier cosa que éste hiciera parecería ser vista como muy positiva. ¿Endurecer la cuarentena? ¿Intervenir directamente las empresas privadas? ¿Poner en línea a los vivillos y especuladores de toda crisis; y poner en vereda a los desacatados que creen estar de vacaciones? Sí, por supuesto y claro. Todo es aceptado y promovido por la población.
Lo que mañana anuncie el Poder Ejecutivo será aplaudido. Es más, los anuncios mismos, las cadenas nacionales son esperadas y vistas por la casi totalidad del Pueblo y no parece haber cansancio alguno en ello. Ese cansancio que nos remite a otras épocas donde se martillaba con que ciertos sectores de la población odiaban ver a su presidente hablando, si éste se llamaba Mauricio Macri o era Cristina Fernández de Kirchner; la famosa y mediática grieta.
Hoy, los argentinos quieren ver a su conductor nacional anunciando medidas sanitarias, dando órdenes concretas de ayuda social y castigos legales a los que no colaboren con la situación. Quieren ver, en suma, a un poder ejecutivo que cumpla su función: ejercer el poder sin que le tiemble el pulso, en tiempos de crisis como los actuales, en tiempos en que se da el tan mentado estado de excepción tematizado por Carl Schmitt. Excepción que rompe toda regla y que nos obliga a actuar rápida y firmemente y por fuera de toda rosca política, o peor aún de la judicialización de la misma. ¿Se imaginan nuestra situación sanitaria si en vez de una matriz “schmittiana”, la Argentina tuviera una cultura como la que proponen los libertarios? ¿Se imaginan si cualquiera pudiera violar a gusto la cuarentena con el amparo de algún juez de turno adicto al lawfare en contra del Estado? ¿O si cada medida a tomar implicara los tiempos de aprobación usuales en el poder legislativo? Si no estuviéramos en una cultura que sabe “cerrar filas” en torno a su líder conductor en los momentos críticos, hoy estaríamos en una situación realmente grave y las encuestas de opinión pintarían otros panoramas.
Pero bien, hay que entender que el anverso luminoso de esta cultura de subordinación al Estado en tiempos de crisis tiene también su lado obscuro. Y tal obscuridad no reside en aquello con que los intelectuales europeos de la biopolítica fantasean, un Estado monstruo dictatorial y totalitario que vaya a aprovecharse del virus para robarnos nuestras preciadas “libertades individuales”; o el riesgo que cierta oposición amarilla anuncia, un Alberto Fernández tirano que vendrá a “chavizar” la Nación y llevarnos a la pobreza. Por el contrario, la contracara de tener un país ordenado bajo la consigna de seguir al Líder (un caudillismo que forma nuestra esencia y no ha menguado nunca a pesar de los lloriqueos “republicanos”) es el olvidar que muchas veces las decisiones tomadas por quien está a cargo no reciben su aprobación en relación a sus efectos reales, y es muy plausible que incluso los malos pasos, las medidas tomadas a destiempo y las soluciones a medias sean alabadas y sostenidas por el Pueblo –porque es un estado de excepción y hay que apoyar lo que diga el líder.
¿Y por fuera de casa cómo andan?
Para fundamentar mejor este argumento, que la contracara de tener una “verticalidad fuerte y un apoyo popular a prueba de balas en situaciones de excepción”, reside en “a veces podemos ahogarnos en nuestro propio apoyo y tomar malas decisiones por ello”, veamos lo que sucede con los oficialismos de otros países.
El mejor ejemplo actual es el del neoliberal Macron en Francia, quien el día anterior a la declaración de la crisis y la cuarentena forzada, tenía en las calles a decenas de miles de ciudadanos hastiados de su gobierno (desde el anarquismo, pasando por los sindicatos de izquierda hasta llegar a los nacionalistas de Le Pen y los famosos “chalecos amarillos” que superaban ya el año de marchas en su contra) y cuyo índice medible era el de su “impopularidad” a niveles récord. En frente tenemos a la conservadora Merkel, conductora de un partido que estaba haciendo agua eclipsado por el avance arrollador de los Verdes y el cambio climático por izquierda, y los nacionalistas de Alternativa por Alemania y el discurso anti-inmigratorio por derecha; Merkel no sabía cómo renunciar a la dirección del partido sin hundirlo totalmente hasta que llegó la crisis. También podemos agregar a Suecia, país donde por primera vez en su historia el Partido Socialista no era el dominante absoluto en la intención de voto y, para colmo, perdiendo su primera posición con los Demócratas Suecos, un partido nacionalista que nunca había llegado a tener siquiera un cargo de gobierno por el “cordón sanitario” en su contra. Y ni hablar de los EE.UU. gobernados por el republicano neoconservador Donald Trump, que un mes antes de la crisis debatía su juicio político y la posibilidad de ponerlo preso por traición, con una popularidad presidencial en caída libre (en tiempos en que no se preguntaba si un candidato demócrata podría ganarle a Trump, sino el “por cuánto” le ganaría la elección).
Bueno, las encuestas de opinión de todos estos países han dado una respuesta inequívoca: el Pueblo apoya a su conductor (Presidente, Primer Ministro); hay un notable viraje de apoyo al oficialismo de turno y un efecto de delegar en sus figuras el control de una situación que parece escaparse de las manos.
Así vemos que Macron crece un 14% en las encuestas y es el político más popular de Francia. Vemos que el CDU de Merkel crece, mientras los verdes caen y los de Alternativa por Alemania bajan del 10% electoral por primera vez en años. Vemos a la vez que se dio vuelta el ascenso nacionalista y la caída socialista en Suecia, ahora subiendo el partido gobernante el 3% y cayendo los opositores. Mientras, Donald Trump puede darse el lujo de decir que las encuestas le dan el mayor índice de aprobación de todo su gobierno.
Recapitulando, o todos los gobiernos están haciendo las cosas extremadamente bien, tanto el gobierno liberal en Francia, como el socialista en Suecia, el conservador en Alemania, el republicano «neo-con» en EE.UU., o bien estamos pasando por alto que no son las medidas excepcionales (correctas o incorrectas en cada caso) las que reciben el apoyo popular, sino la figura de la conducción en sí quien las recibe. Es evidente que sucede esto último y que lo que se aplaude es al conductor, y no el cómo conduce. Y que eso es el “lado obscuro” del que nos debemos cuidar: quizá la Argentina, o Francia o los EE.UU., no esté haciendo las cosas tan bien y no nos estemos dando cuenta de ello. O quizá, estén bien tomadas las medidas hasta ahora, pero los que deben asesorar al presidente se engolosinen con ello y empiecen a cometer errores.
Para resumirlo en pocas palabras: la aprobación del Pueblo a las decisiones presidenciales dadas hasta ahora, tal vez no signifique que éstas sean todo lo útil y necesario, sino simplemente un efecto de “lealtad y verticalidad” producto del estado de excepción actual.
Simulacro de Pandemia
Ante todo hay que afirmar una verdad que podrá resultar hiriente para algunos, en especial para los cercanos a las víctimas, una verdad que no debe ser leída en tono sentimental, cínico o especulativo, sino en su carácter de cruda realidad:
La Argentina no está sufriendo una crisis por una Pandemia. La Argentina está, por ahora, en una crisis causada por el simulacro de una Pandemia. Esto no quiere decir que no exista la enfermedad, que el virus no contagie y no mate, que no haya que tomar medidas porque “es peor la gripe estacional”. Quiere decir que el momento actual no es aquel en que la enfermedad pueda realmente ser llamada una pandemia dentro del territorio argentino: no hay decenas de miles infectados, hospitales totalmente saturados, muertos que no entran en las morgues y que deban ser cremados de urgencia –y sin presencia de los familiares– para hacer lugar a nuevos muertos, en un descalabro cuasi incontrolable y donde la conducción política está al punto del colapso. O sea, el momento de estallido de una pandemia real es el caso de Italia. Y Argentina no lo está transitando, ni debe hacerlo. Tengamos bien en claro que lo que hace el gobierno es pre-ocuparse de la situación, como se debe, antes de tiempo, desarmar la bomba antes de que estalle, y no ocuparse de una pandemia presente realmente. La Argentina se ha unido justamente para intentar no tener que llegar al estado de eclosión incontrolable de la pandemia.
Por ello decimos que es un simulacro: porque todos los argentinos debemos vivir tal y como si fuera la misma situación actual que sucede en Italia, como si nuestros abuelos murieran a centenas por día en los hospitales, como si los contagios crecieran exponencialmente, como si la única salida visible fuera pedir ayuda urgente a otras naciones extranjeras y llorar ante las cámaras (como sucede lamentablemente con los sindaci italianos, desesperados y sin otra tarea que dar el parte diario de muertes en su región).
En el simulacro de la enfermedad vivimos tal y como una Italia en potencia, con la epidemia dormida y a punto de estallar. A pesar de que los números locales no sean para nada alarmantes, el crecimiento de casos no sea exponencial, los hospitales aún den perfectamente abasto, la población debe igualmente entrar a este juego comunitario y vivir en el simulacro de la pandemia; debe la población estar preocupada, pre-ocupada, ocupada de antemano, para no tener que ocuparse del riesgo cuando sea ya demasiado tarde.
Si comprendemos entonces que aún no vivimos la realidad de la pandemia (la falta de medios, la resignación, las incontables muertes), sino sólo su etapa previa y preparatoria, entenderemos mejor el tipo de decisiones que deben ser tomadas, sin que un pudor propio de las “situaciones de normalidad” se interponga ante nosotros y nuestra conducción política.
La excepcionalidad como acontecimiento irremediable
Una pandemia no es algo normal, no es algo que vivamos en lo cotidiano. Es por definición un riesgo para toda la comunidad nacional que sólo sucede muy excepcionalmente.
A su estado de excepcionalidad objetiva hay que responderle entonces con una excepcionalidad subjetiva: una subjetividad afectada [1] que no es meramente la del individuo ni la de la suma de individuos (que como creen los libertarios podrían decidir por sí mismos y autónomamente, “la mejor manera de prevenir la enfermedad”, aceptar o rechazar la cuarentena y no hacerle caso al Estado), sino precisamente la de la comunidad nacional toda, que como dijimos es la que está bajo el riesgo objetivo de enfermar.
Pero bien, la subjetividad de la comunidad debe expresarse en estos momentos excepcionales de forma unívoca, vertical y ordenada fundamentalmente a través de la conducción ejecutiva del Estado. El Estado que es la forma institucional que da unión y liderazgo a la comunidad organizada e impide que sea un caos de individuos luchando cada cual por su lado: pues pende sobre nosotros la espada de Damocles, la pandemia real descontrolada (no la mera fase de su simulacro), y ésta caerá sobre nuestras cabezas si se corta el lazo social de unidad y cada cual intenta el sálvese quien pueda, si aparece el faccionalismo, si hay luchas intestinas. Incluso, aun cuando las intenciones sean buenas –cuando no haya voluntad de poner palos en la rueda al accionar político de la presidencia– están las pasiones, el temor paralizante, que lleva al cuerpo legislativo a no querer sesionar “por miedo a contagiarse”, para que cada legislador se escape lo más rápidamente posible a su provincia y se esconda en el lugar más alejado “por ser parte integrante del grupo de riesgo”.
El poder ejecutivo funciona como el corazón del cuerpo institucional, y como tal no puede parar de trabajar nunca, ni aún en la situación más excepcional. El poder legislativo en cambio puede tomarse vacaciones, tiene períodos de sesión, períodos de receso, y sobretodo tiene tiempos lentos más acordes a situaciones que deben ser discutidas, rumiadas, propuestas, enmendadas, reenviadas (pasadas a comisión, reescritas, devueltas), y así en una cámara y luego en la otra. Pero los tiempos de la enfermedad no son negociables, no se estiran, no se pueden posponer hasta que se habilite el quórum.
En tiempos de excepción el Estado no puede cerrar. Si el Poder que debe estar a cargo de una medida excepcional (bajo la forma de una ley universal) se niega a conformarse (por el pánico a hacerlo de sus propios miembros integrantes), da con ello tácitamente la vía libre y la anuencia a que sea otro Poder del Estado el que tome las medidas excepcionales (por vía de decretos ley, de decretos con poder universal inapelables). Este es el sentido real y metafísico del tan mentado “Estado de sitio” y “Estado de emergencia”, que la izquierda trasnochada sólo puede relacionar con tanques en la calle y represión dictatorial.
El Estado de emergencia y de sitio a declarar, de ser necesario, no es el que simplemente “suspenda las libertades individuales de los ciudadanos” (no es un problema de los átomos conformantes de la comunidad), sino que es aquel que “suspenda la institucionalidad normal cotidiana” –equilibrio de poderes, medios de toma de decisión, jerarquía intra-institucional, última instancia de apelación– y tome el control directo de la situación excepcional objetiva. El poder ejecutivo no pide con ello “más militares en las calles”, sino más decisiones legales obligatorias aún y cuando el Poder Legislativo no intervenga en ellas (y deba hacerlo en condiciones de normalidad) y el Poder Judicial pueda luego muy a posteriori rechazarlas (decir que “no era legal tal decisión”, cuando ya fue tomada a tiempo y sus frutos positivos surtido efecto).
En estos tiempos de crisis el Pueblo apoya abiertamente la declaración oficial del “Estado de excepción”, esto es del “Estado de emergencia” y el “Estado de sitio”. Si el Poder Legislativo no se conforma a la velocidad que los tiempos necesitan, estará implícitamente dejando su banca vacante al Ejecutivo.
Las medidas a tomar son claras y visibles en las encuestas de opinión: apoyo inmediato a la clase media trabajadora, que por la cuarentena ha pasado al estado excepcional de “desocupados forzosos” con todo lo que ello significará muy pronto (ruptura de la cadena de pagos, pequeños negocios en la quiebra, desempleo masivo, morosidad altísima en los alquileres, tanto comerciales como de viviendas, créditos bancarios impagables –sea préstamos personales, prendarios, hipotecas–, baja en la recaudación de impuestos –al consumo, las ganancias, las propiedades, los derechos aduaneros), jerarquización de este problema como el “primero en la lista” por encima de cualquier otro (incluso de la “refinanciación de la deuda”, en una época que anunciamos, desde ya, que no es la misma de hace un mes, y que habrán de tolerarse los defaults de los países con otra actitud, debido principalmente a que a la mesa de los países en quiebra se sentaran incluso potencias desarrolladas del norte), y, por tanto, recuperación pronta del factor trabajo aún si esto fuera en desmedro del factor capital (mediante la emisión monetaria necesaria).
Pero antes que nada, debemos hacer hincapié en que esta crisis no puede acabar con el sector financiero destituyendo de sus bienes a los ciudadanos “por falta de pago” porque “así son las reglas de juego”. Las reglas legales de la normalidad, corren sólo en tales condiciones. Así, como en una situación de guerra y escasez se puede llevar a cabo una economía de racionamiento –y eso incluso cuando ésta pudiera ser ilegal, ya que si lo legal llevara en tales casos a que se murieran de hambre los ciudadanos, permitiendo el acaparamiento y la especulación para unos pocos, el Estado como expresión de la comunidad organizada toda, deberá temporalmente dejar de lado lo legal individual en aras de un fin superior, lo justo para toda la comunidad–; en un estado excepcional de pandemia, que va a traer a su vez un estado de crisis económica y sistémica excepcional, debe el Estado saber elegir qué partes del corpus legal deberán ser, temporalmente, amputadas para salvar el cuerpo completo: así como hoy suspendimos ya el derecho a la libre circulación, como hoy hemos cerrado las fronteras a los extranjeros, como suspendimos el derecho a trabajar del Pueblo, y esto ha sido hecho bien y a tiempo, para no lamentar males mayores; pues dentro de poco, empezara la etapa crítica de la pandemia, no ya a escala médica o biológica, sino a escala económica, familiar y social. Sin trabajo no hay riqueza en una Nación (primera premisa). La Pandemia nos obligó a suspender todos los medios de trabajo durante un mes (segunda premisa). La conclusión obvia es que “alguien deberá pagar la cuarentena forzada”.
El pato de la boda: Pueblo o Minorías
Hay que recalcar primero, que las consecuencias gravísimas y directas a escala macroeconómica que se acercan inexorables en el horizonte no son algo a tratar por los medios legales cotidianos normales. Éstas son el efecto inmediato e insuperable del estado de excepción actual causado por la enfermedad. Y por consiguiente dichas consecuencias son y deberán ser tratadas también como parte integral del estado de excepción.
El primer ministro de Canadá oficializó ayer un pago de 2.000 dólares por ciudadano afectado, durante los próximos cuatro meses. El presidente Trump está aprobando en estos momentos un rescate de 1.200 dólares por persona en los EE.UU. Hace ya una semana Macron ha suspendido el cobro de alquileres, hipotecas, impuestos, agua, luz y gas. Todos ellos han suspendido los embargos y desalojos. Todos ellos están emitiendo dinero a través de sus bancos centrales para reconstruir la economía. Todos están interviniendo sin tapujos sobre la economía (salvatajes, reliefs, inyecciones masivas de dinero en los mercados de capitales, divisas, acciones y bonos soberanos).
Evidentemente saben todos ellos que, así como hay un momento previo a la enfermedad (el simulacro en el que ahora vivimos, de prevención y control) y uno de eclosión y crisis (al que esperemos no llegar como lo han hecho Italia, España y China, y lo hará prontamente EE.UU.), existe un tercer momento de la enfermedad, que es el inmediato posterior a su paso, y que va a ser un estado de posguerra.
Ya en estos momentos, en que a pesar de no tener los casos de Italia el país está en cuarentena como si los tuviera, debe la conducción política encarnada en el Poder Ejecutivo empezar a tomar las medidas, ¡drásticas por cierto!, antes de que sea demasiado tarde y haya un “tendal de muertos económicos”, con negocios cerrados, sin ingresos propios y fomentando (a su pesar, pues serán trabajadores lumpenizados a la fuerza) el caos y los estallidos sociales. Y deberá tomarse en cuenta sobre todo a la clase social que no está nunca en los planes de contingencia económica del Estado en situación de normalidad (que no recibe subsidios ni asignaciones, ni viandas ni escrituras de propiedades gratuitamente, debido a “contar con ingresos suficientes propios”), pues dicha clase está hoy en la cuerda floja, mientras que las clases superiores siempre cuentan con un colchón de ahorros y las más bajas tienen las políticas públicas de los Estados nacionales, provinciales y municipales como sostén protector.
Para finalizar, recordemos que si dejamos cortar esa cuerda, el lazo social del que penden grandes sectores del pueblo argentino, por motivos facciosos, politiquería de cortas miras o simple ceguera antes los acontecimientos, si dejamos romper esa cuerda que ahora está a punto del quiebre económico, la espada de Damocles de la crisis (a la que algunos dicen que estamos fatalmente condenados) caerá no sólo sobre las cabezas de ese sector social, sino sobre todos nosotros. La enfermedad a curar tras la pandemia, dentro de un muy cercano futuro, será la infección económica de nuestra clase productiva, de nuestra clase trabajadora y nuestro sector privado; infección que también es harto contagiosa como lo es el coronavirus y que pondrá en riesgo respiratorio a toda la economía nacional.
Tomar las medidas sanitarias, sociales y económicas de forma rápida, firme y según los tiempos excepcionales que corren es entonces vital para la supervivencia y reconstrucción de la Nación argentina. Estamos aún a tiempo, las encuestas de opinión no se equivocan en ello. El Pueblo supo ver, apoyar y acompañar las medidas. Y como anuncian tales encuestas, espera ahora también muy mayoritariamente que el Estado “se calce los pantalones largos” y proceda en aras del bien público a “tomar medidas audaces y arriesgadas” a la altura de esta situación excepcional.
* Francisco Mazzucco es Profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y maestrando en Filosofía Política (UBA).
Notas
1 — O pre-afectada en nuestro caso, ya que en este momento aún estamos a tiempo de transformar realmente a la pandemia en algo que “es menos que una gripe” si tomamos las medidas correctas.
Tú análisis me pareció claro y racional acerca de la necesaria conducion unipersonal del poder.Además cual debe ser la actitud firme de salvar de la depredacion de la clase media por la dominante de siempre en la situación Post Pandemia o reconstruccion y distribución equitativa del trabajo y la riqueza.
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