Crisis global postpandemia: riesgos y posibilidades para la Argentina

Por Esteban Montenegro*

Resulta difícil adelantar escenarios de cara a la crisis económica, social y política que desencadenará la pandemia que atravesamos. Pero no es imposible. Exige basarse en datos concretos y tener en cuenta las tendencias estratégicas preexistentes a escala global. Para los que entendemos la filosofía como forma de vida y no divorciamos la teoría de la praxis, para los que la ejercemos como prospección vital y no como mero recuento conceptual de espaldas al futuro, es además una responsabilidad.

Nuestra hipótesis es que no avanzamos hacia un mundo nuevo, sino que la pandemia actúa como un catalizador de la crisis del orden internacional liberal y sus conflictos característicos hasta ahora1. Varios analistas coinciden en anticipar un agravamiento de las contradicciones que entrañaba2. Seguramente esto dispare consecuencias imprevistas, pero las mismas se desprenderán, eventualmente, de las condiciones heredadas. Por ello proponemos repasar los últimos años del escenario internacional para luego considerar cómo ha repercutido la pandemia en éste. Sobre la base de ello, hacia el final de este artículo, evaluaremos, grosso modo, qué escenarios y posibilidades existen para que nuestro país incremente su margen de acción política a escala mundial.

Si nos volvemos hacia el escenario internacional inmediato, desde la asunción de Donald Trump, la estrategia estadounidense en materia de Relaciones Internacionales dio un giro radical, abandonando los principios rectores del liberalismo que había promulgado desde los años 90’. No solo dejó su gobierno de financiar a la Organización Mundial de la Salud (OMS), hace unos pocos días el senador republicano Josh Hawley pidió, literalmente, “abolir la OMC [Organización Mundial del Comercio]”3 reivindicando el interés nacional y la protección del trabajo nativo. A ello se suman las recurrentes críticas a la OTAN y a la ONU. Hace veinte años todo esto habría parecido más propio de un “antisistema” que del gobierno de los Estados Unidos de América. Pero contra lo que las apariencias indican, este giro no se explica por ninguna preferencia ideológica ni por el estilo disruptivo de Donald Trump. La orientación “auto-centrada” y ciertos giros de su política exterior4 obedecen a una línea general que algunos remontaron a la vieja tradición aislacionista norteamericana, pero que responde fundamentalmente a algunos datos duros del escenario internacional: 1. la creciente participación de China y de otras economías emergentes en el PBI global, 2. la determinación con que Rusia defendió sus áreas de influencia, especialmente en Medio Oriente, y 3. el exitoso logro del autoabastecimiento energético en su propio país. Repasaremos brevemente el impacto que estos fenómenos supusieron para la estrategia norteamericana, para ganar en perspectiva.

La nueva “locomotora” de la economía global

“El surgimiento de una verdadera economía global no supone la extensión de los valores e instituciones occidentales al resto de la humanidad sino que representa el fin de la era de la supremacía global occidental”5

Contra la “tesis Fukuyama”, después de la caída de la Unión Soviética, la expansión de la economía de mercado no fue acompañada por la difusión de la democracia liberal y el modo de vida occidental, orientado por la defensa de las libertades individuales. Muchos países adoptaron modelos mixtos e híbridos, hecho que les permitió, mientras se abrían al mercado global, conservar estructuras “duras” de poder estatal, heredadas de formas socialistas previas o de rasgos idiosincráticos de fuerte impronta comunitarista. En general, esta fue la dirección que siguieron, más tarde o más temprano, la gran mayoría de los países del otro lado de la Cortina de Hierro, del Extremo Oriente y del Sudeste Asiático. La potencia productiva de esta reconversión se vio acentuada especialmente en los países donde no se vio quebrada la continuidad política-institucional y donde la economía de mercado fue adoptada con anterioridad a los años 90.

Desde los años 80, y profundizándose hacia la década siguiente, la transnacionalización y deslocalización de empresas y corporaciones en favor de China y otros países asiáticos, que devinieron productores industriales de escala global en el marco de un comercio internacional regido por los principios de una flexibilización nunca vista, acabó no solo con muchas de sus industrias locales, sino también, y más fundamentalmente, con el liderazgo económico global que hasta entonces detentaba los EE.UU. Este proceso, que se conoce en términos económico-políticos como el ascenso del “neoliberalismo”, reemplazó en forma creciente los lineamientos del “Estado de Bienestar” que habían otorgado un nivel de vida más o menos holgado a las clases trabajadoras y medias de muchos países occidentales, Estados Unidos entre ellos.

La esperanza de que todo el mundo habría de seguir ese mismo destino hasta arribar a una sociedad global sin mayores divisiones y fronteras propulsaba estos “cambios” y justificaba ideológicamente los sacrificios impuestos al “mundo libre”. Pero con el correr de los años, hacia el albor del nuevo milenio, la creciente disipación del poder occidental se topó con el crecimiento imparable de China y otros países “emergentes” que, lejos de ser flexibles y permeables a todo, mostraron la capacidad de orientar políticamente sus objetivos económicos. Contra cierto economicismo presente tanto en analistas “pro-mercado” como en aquellos que se sitúan “a la izquierda”, la adopción de este o aquel modo de producción, distribución y comercialización demostró no implicar por necesidad la emergencia de órdenes políticos y simbólicos determinados. China adoptó, parcialmente, un cierto giro hacia la economía de mercado. Pero ello no supuso adoptar, como se esperaba, un giro democrático, liberal o individualista. Y mucho menos relegar el poder estatal. Aleksandr Dugin explicó muy bien esta posibilidad, no advertida en los años 90, en términos de una “modernización sin occidentalización”6. Como expresión de esa fórmula, a los amplios recursos naturales del Este se sumó una creciente magnitud industrial desarrollada bajo formas estatales consideradas “autoritarias” por los estándares “globales”. Como contrapartida, los Estados y economías occidentales, que se ajustaban los cinturones por pedido del poder financiero y la nueva legalidad “neoliberal”, orientaron su crecimiento hacia una economía “ligera” apoyada en los servicios, el turismo y la especulación, que los volvía cada vez más dependientes de “Oriente”. Esta inversión de papeles no deja de sorprender, como ya apuntamos en otro lado7.

Con el tiempo esta tendencia no dejaría de acentuarse. Pronósticos del FMI8 aseguraban el año pasado que la participación de China y otros países emergentes representaría más del 50% del crecimiento de la economía global al cabo del período que va del 2019 al 2024. Pero los datos más preocupantes para los EE.UU. comenzaron a llegar entre 2013 y 2018, período en el que China acabó duplicando la participación del PBI norteamericano en el crecimiento de la economía global. Frente a esta realidad, afirma el analista John Kemp9, si en los años 70’ se decía de Estados Unidos que representaba la locomotora del crecimiento global, y que cuando ésta “estornudaba”, el resto del mundo “se resfriaba”, ahora este epíteto le cabe a China: los vaivenes de la economía global quedan atados en amplia medida a su crecimiento doméstico.

Caos internacional en Medio Oriente

Hacia los años 90, Estados Unidos no tomó nota de la peligrosidad del proceso que acabamos de señalar: cómo el orden liberal internacional y su promoción de un mercado global resultaban contradictorios entre sí y para sus intereses. Sin embargo, sí veía con preocupación la relación entre la demanda de energía a la que obligaban sus altas tasas de crecimiento económico y la incapacidad de suplirla en su propio país10. Hecho que lo constreñía a depender en forma creciente del suministro externo. Si sumamos a ello la persistencia de la vieja doctrina geopolítica noratlántica, tendiente a cercar el Heartland11, la influencia del lobby israelí12 y el complejo industrial-militar, EE.UU. encontró más de una razón para incrementar su presencia en Medio Oriente y convertirse visiblemente en una potencia hegemónica única, so pretexto de profundizar la globalización y ponerla a salvo de los peligros que la aquejaban.

Pero como no existía ya enemigo ideológico que justificara la presencia militar estadounidense en otras partes del mundo había que “inventarlo”, de modo que no resultasen patentes alguno de sus motivos reales (contradictorios, en el fondo, con el liberalismo internacional y económico que se pregonaba en los foros internacionales). La lucha “contra el terrorismo” (y en menor medida contra el narcotráfico, las “mafias”, los desastres naturales, etc.) se presentó entonces como la forma predilecta de una “cooperación global en materia de seguridad y defensa” tan imperativa que justificara la intromisión estadounidense en los asuntos de otros Estados, desde fines de los años 90’ en adelante.

Sin embargo, las operaciones bélicas enmarcadas en la así llamada “guerra contra el terror” (Afganistán e Irak), primero, y en la menos directa estrategia de desestabilización y cambio de régimen vía proxies como la “primavera árabe” (Egipto, Libia, etc.) y la “revolución siria” desprendida de ella, no solo debilitaron la imagen de los Estados Unidos y sus fuerzas armadas alrededor del mundo, sino que incluso dieron vía libre a grupos fundamentalistas que resultaron, a la postre, mucho menos cercanos al modelo democrático liberal que los viejos partidos gobernantes de la época del nacionalismo árabe (Gadafi, Hussein, Al Assad). Pero además, la espiral caótica desatada especialmente por las administraciones de Bush (h) y Obama mostró que tanto los EE.UU. como las potencias europeas estaban dispuestos a financiar campañas de desestabilización y sanción económica o política alrededor del mundo (no olvidemos los casos de la ex-Yugoslavia y Ucrania) e incluso a participar de intervención militares, pero no estaban a la altura de asumir directamente las consecuencias de aquello en un sentido que arrojase previsibilidad a las relaciones entre Estados en las regiones afectadas, ni tampoco, haciendo a un lado el caso excepcional de Israel, a jerarquizar los “servicios prestados” por sus aliados en la región, que es lo que ocurrió con Turquía y Arabia Saudita. El caos solicitó, pues, la presencia ordenadora de otros actores, Irán y Rusia, a quienes se sumaría poco después Turquía, desencantada con sus aliados de la OTAN. Tenemos entonces que, si uno de los posibles justificativos estratégicos de la presencia estadounidense en el Medio Oriente era dificultar la integración euroasiática o favorecer la “exportación” del modelo democrático-liberal, el resultado fue el contrario.

Pero incluso si el objetivo determinante fue hacerse de recursos energéticos, los EE.UU. acabaron recostándose sobre sus propios recursos gracias a la revolución energética del fracking. Ya hacia mediados de la era Obama logró revertir el déficit en la materia gracias a las explotaciones de petróleo y gas no-convencionales, que resultaron del énfasis y la promoción que supusiera la Energy Policy Act del 2005. A ello se sumaron diversos proyectos de integración energética con Canadá y Méjico que resultaron más viables y baratos que prolongar la actividad en un Medio Oriente cada vez más hostil (como producto de la misma intervención norteamericana y sus consecuencias). Tal es así que mediante estas políticas EE.UU. alcanzó el autoabastecimiento energético, y aunque varios expertos discutieron y matizaron la posibilidad de una “independencia energética” total, lo cierto es que EE.UU. dejó de encontrarse en la misma situación de urgencia que se proyectó hacia mediados de los años 90s y principios del 2000.

Prueba de la nueva situación en materia energética, dos décadas después, es la inflexibilidad con que Trump se relaciona con Arabia Saudita (y el resto de la OPEC) desde que asumió. A pesar del peso que históricamente tuvo para la Casa Blanca el cuidado de las relaciones con ese país, que se remonta a un acuerdo entre ambos Estados que data de 1945, su participación en las importaciones de petróleo estadounidenses viene cayendo pronunciadamente desde la asunción de Trump (2016), a medida que continuó el crecimiento de la importación de Canadá y aumentó la producción local. Más aún, las importaciones de países del Golfo Pérsico, tanto como las de países miembros de la OPEC, vienen cayendo en picada desde el 2008 y continuaron su caída. Según datos correspondientes al 2019, sobre el total de las importaciones de crudo a los EE.UU., las canadienses representan el 49%, las procedentes de Méjico el 7% y las de Arabia Saudita solo el 6% (la lista sigue con Rusia con otro 6% y otros actores de menor participación).

Como puede vislumbrarse, existían muchos factores que volvían previsible, o al menos posible, el cambio de rumbo que imprimió Trump al timón de la Casa Blanca, al tomar una mayor distancia relativa y una independencia creciente de los asuntos internos de Medio Oriente. Sin embargo, hay que señalar también las continuidades. Dos pilares parecen inconmovibles en la política exterior norteamericana, sin excluir la era Trump: el apoyo incondicional, material y simbólicamente hablando, al Estado de Israel y la siembra de “caos internacional” alrededor del Heartland. Esos parecen ser los motivos de fondo que no mantendrán tan lejos a los EE.UU. del Medio Oriente, aunque cada vez tengan menos motivos reales para mantenerse cerca. Ciertas intervenciones “a distancia”, como el asesinato del General Soleimani a principios de este año, son parte del compromiso híbrido que tiene Trump con la región, pero que dista mucho de todo lo que fueron capaces sus predecesores al respecto.

El precio del petróleo complica el auto-abastecimiento estadounidense

Se puede comprobar entonces que, si algo habían hecho bien los EE.UU., era haberse asegurado el auto-abastecimiento energético y la integración regional en dicha materia. Sin embargo, la impresionante caída en el precio del petróleo que vivimos, y de la que no será tan fácil salir, pone un obstáculo más a la Casa Blanca. Repasemos algunos de los factores que dispararon esta crisis y cuánto se prevé que dure la misma.

La integración energética proyectada por Rusia con los proyectos conocidos bajo el nombre de Nord Stream y Turkstream, ambos prácticamente terminados, solo confirma el carácter indefectible de las tendencias geopolíticas que apuntábamos más arriba. Además, limitan la exportación de combustibles líquidos a Europa por parte de los Estados Unidos13. Se entiende que el gradual reemplazo del derivado del petróleo que exportaba este país, por gas natural ruso, ahora engrosa el stock mundial disponible y tira el precio del mismo a la baja. Primer factor.

En segundo lugar, la estrepitosa caída de compras a países de la OPEC por parte de los EE.UU. desencadenó una guerra política y comercial. Los países que integran dicho organismo son los que en condiciones de cartelización venían sosteniendo bien alto el precio del petróleo, vía cuotas de recorte de producción asignadas a sus miembros. La paradoja es que mientras lo hacían, beneficiaban con el sacrificio de su renta la explotación no-convencional norteamericana. Al negarse Rusia a suplir con mayor pérdida de rentabilidad propia la falta de cooperación estadounidense en la materia, siendo que cada vez compra menos a los países miembros de la OPEC, Arabia Saudita comenzó una guerra de precios14. El ataque árabe consistió en inundar el mercado del petróleo con una sobre-producción que arrastrara los precios a la baja. Con precios bajos la explotación no-convencional (clave en el autoabastecimento norteamericano, como dijimos) no puede cubrir los altos costos de inversión tecnológica que suponen sus operaciones y resulta inviable. Segundo factor.

Pero coincidiendo con este reemplazo europeo de combustibles líquidos por gas, y con esta sobre-producción saudí orientada contra el mercado estadounidense de shale oil (y contra sus otros competidores en el mercado), la pandemia del Covid-19 obligó a la mayoría de los países del mundo a tomar estrictas medidas de cuarentena que vuelven nula o irrisoria la demanda de combustibles y, por tanto, de petróleo.

Mientras expertos del sector ya hablan de la “muerte del petróleo norteamericano” (sic)15, pronósticos de un especialista ruso16 advierten que: 1. la demanda de petróleo solo empezará a recuperarse lentamente a lo largo de la segunda mitad del 2020 y, en algunos países, con medidas de cuarentena más estrictas, como la India, quizá lleve más dos años recuperar los niveles de demanda pre-crisis; 2. por otro lado, los recortes en la producción anunciados por la OPEC el pasado abril para contrarrestar la falta de demanda no serán suficientes, dado que la capacidad de stock de los compradores está casi saturada en la mayoría de los países; 3. esto permite prever que puede continuar la caída en los precios de aquí a Junio, al menos, a pesar del leve repunte que registró y que no será sino muy lentamente que se podrá ampliar la disponibilidad de stock a medida que vuelva la demanda. Estabilizar los precios será una tarea ardua, y que estos vuelvan a resultar competitivos para la explotación no-convencional, es hasta difícil de avizorar.

Todos estos elementos nos permiten pronosticar un impacto catastrófico para las economías dependientes de la comercialización de petróleo, que se traducirá en turbulencias sociales y políticas. Si pensamos que entre los diez países con más volumen en exportación de petróleo nos encontramos mayormente con enemigos o adversarios de los EE.UU. (Rusia, Irán, Irak, Venezuela, etc.), el escenario adquiere ribetes dramáticos. Además, no cabe esperar que Trump se quede de brazos cruzados con un precio del petróleo que no le resulte competitivo a su industria local. Ya vimos cómo trató a los saudíes, a quienes amenazó con retirar la ayuda militar de su país17 y con librarlos a su propia suerte en la aventura bélica que comandan contra Yemen. Luego de “alinearlos”, sin embargo, Trump hace “como si nada”18, en otra muestra más de su conocida estrategia de “golpear para negociar” y de revestir sus retiradas con “aires de victoria”. En lo inmediato, el aumento de la presión, e incluso intervenciones militares puntuales, en Medio Oriente y Venezuela serán escenarios posibles para sobrellevar la crisis económica y política en un año electoral y para elevar los precios del petróleo y reactivar la industria local. En este contexto, no parece una casualidad la vuelta del ISIS al teatro de operaciones en Siria e Iraq.

El combate estadounidense contra el “virus chino”

Si antes dijimos que la locomotora actual de la economía mundial es China, se deduce de ello que todos los esfuerzos estadounidenses por demorar y obstaculizar el crecimiento de aquel país impactan de manera negativa en el crecimiento económico mundial. De hecho, la estrategia de Trump y otros líderes “populistas” consiste precisamente en ello: en revertir la tendencia entrópica del orden liberal internacional en Occidente aun a costa de ciertos estragos económicos y geopolíticos previsibles. “Lo nacional por sobre lo global” significa que los sectores hegemónicos del orden cuestionado, acostumbrados a maximizar ganancias vía expansión económica y relocalización de empresas y mano de obra barata, ven amenazados sus intereses. Nos referimos al sector financiero, de amplio eco en los medios de comunicación, que hoy alertan una vez más sobre “los peligros del nacionalismo”. Se trata de una fuerte interna entre las élites del mundo occidental. Como sea, la desglobalización de la economía19 está en marcha y los actores principales en el escenario, contra lo que algunos quisieran, siguen siendo los Estados soberanos (que no son todos los Estados). “Desglobalización de la economía” no significa que la economía deje de estar mundializada, ni que desaparezcan los actores supraestatales, sino que el vector de la integración económica mundial difícilmente vuelva a estar motorizado por consignas o esperanzas de tipo ideológico, como lo estuvo inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín.

Tenemos así que, “priorizar lo local” para la administración Trump significa fortalecer todas las ventajas comparativas de las empresas estadounidenses y limitar crecientemente las chinas, aun si ello implica la caída del comercio entre ambos países, la desaceleración de la economía global, el desmedro de cierta especulación financiera o el rediseño de la geopolítica estadounidense, por lo general enfocada en zonas no tan cruciales para China (Europa del Este y el Medio Oriente)20. El aumento reciente de las tensiones en Hong Kong y Taiwán, el restablecimiento de relaciones cordiales con Corea del Norte, las multimillonarias cifras destinadas a la cooperación con los países del Sudeste Asiático, son todos signos de este nuevo énfasis de la estrategia norteamericana. La contención que antes apuntaba primordialmente a Rusia, ahora también lo hará a China. Pero los métodos serán los mismos. Para matizar, hay que recordar que el “estilo Trump” consiste en presionar para obtener mejores términos en posteriores negociaciones. Con lo cual todas las declaraciones altisonantes, las presiones y acciones militares, suelen ser seguidas de acuerdos parciales. Esto fue llamado por algunos analistas una “estrategia de pequeñas dimensiones” que, lejos de fundarse en propuestas edificantes de escala global, intenta obtener ventajas puntuales de asuntos puntuales21. Es de esperarse que las acciones más osadas recaigan sobre actores pequeños y débiles, especialmente sobre aquellos que no se resuelvan a abandonar sus lazos con China o guarden algún interés estratégico para los EE.UU. Además, hay que tener en cuenta que la desaceleración económica mundial que producirá la profundización de la guerra comercial en el marco postpandémico impactará duramente en los países de economías dependientes sin capacidad de amortiguar los embates y vaivenes de la inestabilidad económica global. Con lo cual, una cosa solicitará a la otra.

China, por su parte, está lejos de ceder a las presiones, siendo que tiene todo a su favor. De hecho, parece estar respondiendo en forma pro-activa al incremento de las agresiones y denuncias de Occidente. Toda una nueva generación de diplomáticos agita el nacionalismo chino al participar en las redes sociales occidentales en defensa de los intereses de su país y adoptando tonos y formas que no siempre se ajustan a los sobrios estándares que venían caracterizando la diplomacia de esta nación22.Para algunos, esto representa un “cambio de marcha” en la expansión geopolítica y geoeconómica china23. Aunque puede que se trate, por el contrario, de una “respuesta simétrica” a la virulencia verbal de Occidente, que no implica grandes cambios en lo esencial. Pero no cabe descartar ningún escenario.

Especialmente porque el traspié que significó el Coronavirus para su crecimiento lo ha atravesado mucho más rápido que Occidente por lo que, en todos los escenarios, liderará la recuperación económica global. E incluso, mientras más se agrave globalmente la situación a tal respecto en lo sanitario y en lo económico, más saldrá ganando. De acuerdo a la consultora Mc Kinsey24, en un escenario optimista para Europa y los Estados Unidos, la diferencia en retornar a los niveles de PBI previos a la crisis será de unos cuatro meses antes para China. Pero en un escenario ligeramente más complicado, que prevé una cierta recurrencia del virus y cuarentenas focales intermitentes para hacerle frente, la diferencia podría prolongarse a dos años de ventaja en favor de China.

Hoy día ya vemos cómo esta diferencia ya atrae aviones de todas las latitudes al aeropuerto de Shangai a buscar insumos médicos. Pero, además, vimos cómo llegaba ayuda china (y rusa) cuando no se veía presencia de solidaridad occidental en Italia. Gestos que van más allá del socorro y constituyen una demostración de poder blando, que ahora se concentra en torno a quién produce la vacuna primero. Por otro lado, la gravedad de estos escenarios geopolíticos y geoeconómicos está llevando a las potencias atlantistas a la reacción desesperada de promover la reapertura económica en países aún afectados por la pandemia. Frente a una mirada realista, no sorprende la persistencia de poderes históricos efectivos frente al coste en vidas humanas. En algunos casos la metáfora bélica de la lucha contra la pandemia tuvo un correlato real y un enemigo bastante más “visible” que el Covid-19. Así, no sorprende la proliferación de teorías conspirativas que convierten las torres de 5G chinas en Europa en “focos de la pandemia”. ¿Otra casualidad? Sea como sea, nada debería extrañarnos una vez que el líder al mando de la Casa Blanca dejó bien en claro que contra lo que realmente se está combatiendo es contra “el virus chino”.

Escenarios análogos y posibilidades para nuestro país

Al enfrentar desafíos históricos sin parangón, el conocimiento histórico nos permite trazar escenarios hipotéticos por comparación25. Tal es así que algunos han visto la crisis actual en el espejo de las dos posguerras mundiales26, en la misma dirección de la metáfora bélica que usaron algunos mandatarios al hacer del virus un “enemigo invisible”27. El matiz fundamental que hay que anteponer a esta última perspectiva es que aquí no habrá naciones victoriosas, ni grandes cambios en relación al reparto del territorio y áreas de influencia mundiales28. Pero sí resultan similares las consecuencias económicas y sociales. Claro que no ha habido destrucción de infraestructura, pero en lugar de ello sí acaeció una crisis estructural de la demanda y la oferta de bienes y servicios, con una subsecuente ruptura de la cadena de pagos que permite arriesgarse en la comparación. Una vez puestas a un lado las expectativas de la irrupción de otro orden internacional o de grandes cambios en el reparto del poder mundial, la interrupción política de la normalidad por motivos extra-económicos, permite acercar los “momentos” de los que hablamos. Por motivos sanitarios, la política ha puesto un límite a la racionalidad económica. A diferencia de una crisis puramente económica, aquí ha operado un “cortocircuito” en la dinámica misma de los grandes mercados y en la vida cotidiana de todas las personas, como durante una guerra. Asimismo, las recetas de combate contra el contagio y la “nueva normalidad” que vendrá, tendrán aspectos muy diferentes a los de la vida económica normal hasta ahora. Para Occidente supone la adopción de unas prevenciones y cuidados rayanos al disciplinamiento militar, al menos para una población que se había desentendido de esta clase de cosas y le resultaban inimaginables. Por estas razones creemos que es posible la comparación con las situaciones de posguerra.

En cualquier caso, las tendencias posibles a adoptar por los Estados entre sí —cooperación o retraimiento—, son válidas en caso que se reduzca la crisis a algo económico o no. Dado que ha habido dos posguerras, que además fueron bastante diferentes en cuanto a consecuencias, podemos tomarlas como dos “tipos ideales” antagónicos en relación a estas dos posibilidades y sobre las cuales deberíamos contrastar los datos y análisis antes aludidos:

“Después de 1918 tuvimos organizaciones internacionales débiles, el ascenso del nacionalismo, proteccionismo y depresión económica. En cambio, luego de 1945 tuvimos más cooperación e internacionalismo, reflejado en el acuerdo Bretton Woods, el Plan Marshall, las Naciones Unidas y el Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio”29.

Ahora bien, si antes dijimos que lo que está entrando en crisis desde el comienzo del nuevo milenio es precisamente el internacionalismo liberal centrado en la expansión del libre mercado y los organismos internacionales basados en la cooperación multilateral, hay muchos más elementos para esperar una “posguerra” turbulenta, parecida a la de los años 20 y 30, con todo lo que ello implica. Claro que no se tratará de los mismos peligros, pero no está de más tener siempre analogías en mente.

Enfocándonos ahora en nuestro país, sin perder de vista la década del 20 y el 30, ¿cómo actuó la clase dirigente argentina ante esa contingencia? Intentando aferrarse a la “vieja normalidad” en crisis. Los tímidos intentos de reforma política por parte del yrigoyenismo terminaron atenazados por aquellos intereses y, del otro lado, por la ebullición de la crisis misma. Finalmente, se impuso una salida autoritaria para intentar reanimar la Argentina de la Generación del 80’. Quizá la menos racional de las posibilidades. De ese modo, se perdieron décadas claves para la modernización de la Argentina, a pesar de la débil industrialización iniciada luego de la crisis del 30′. Mientras las grandes potencias estaban en conflicto, nosotros insistimos en cambiar solo lo necesario para que nada cambie. La crisis de representatividad y la falta de horizontes ante una “normalización” democrática que se antojaba como un retorno al fraude, llevó a que el pensamiento estratégico de las Fuerzas Armadas se rebelara contra el orden que había resultado de la Revolución que ellas mismas protagonizaran en Septiembre de 1930. En 1943 los “anticuerpos” de las Armas volvieron sobre sus pasos para corregir el rumbo y sanear un cuerpo institucional desprestigiado y fraudulento de cara a la necesaria potenciación del país. Pero llegó tarde, porque la Segunda Guerra Mundial estaba pronta a terminar y luego, tras recobrar cierta estabilidad, el orden internacional acabaría por resultar adverso y ejercer una presión muy fuerte sobre el gobierno industrialista de Juan Domingo Perón que naciera para radicalizar y cumplir por vía democrática las metas de aquel segundo movimiento militar. Hasta aquí las descripciones históricas, que intentan servir de base para imaginar escenarios y posibilidades ante la crisis actual. ¿Podemos inferir de ellas que en los escenarios de disputa y retraimiento internacional tenemos más posibilidades y margen de acción soberana que en los de “cooperación” y “reconstrucción”, que exhiben una clara delimitación de las áreas de influencia de las grandes potencias?

Volvamos al presente. Al ser consultado por la BBC sobre las perspectivas post-pandemia para Nuestra América, Richard Haass, director del Council on Foreign Relations, que no es precisamente un “populista latinoamericano”, afirma lo siguiente:

Latinoamérica empieza con una gran ventaja: es una de las pocas partes del mundo que no está definida por la geopolítica, al contrario de Asia, Europa o el Medio Oriente. No nos levantamos cada día preocupados por Brasil y Argentina, o Colombia y Chile enfrentándose en una guerra. Los grandes retos para América Latina son sobre todo internos: buen gobierno, la relación entre el sector público y el privado. Y todo eso venía de antes. (…) Pero lo que me parece particularmente decepcionante sobre América Latina ahora mismo es que dos de sus países más importantes, Brasil y México, estén respondiendo ante la crisis de la manera en que lo están haciendo: la falta de liderazgo y seriedad a nivel nacional para enfrentar esta crisis son preocupantes30.

Los lugares comunes en torno a la riqueza de la Argentina, nuestro amplio espacio y la calidad de nuestros recursos humanos, no han perdido su vigencia, sino que han ganado una perspectiva bastante fortuita: lejanía geográfica absoluta de los puntos de conflicto internacionales, duros golpes sanitarios y económicos a los países que ocupan nuestro territorio nacional y limitan económica y políticamente nuestra independencia, emergencia de nuevos actores de peso en el escenario internacional, debilidad relativa creciente de nuestros vecinos y líderes regionales usuales, etc.

Aunque esto último dificulte la necesaria integración geopolítica de la región, también nos recuerda que ésta debe partir, no de postulados abstractos o coincidencias ideológicas entre gobiernos, sino de la realidad misma y de los intereses nacionales de cada país. Los desvaríos de Bolsonaro y López Obrador también demuestran que la ineptitud en materia de Alta Política no es un rasgo atribuible a un determinado perfil ideológico o psicológico, sino a una conducción política errática. Sus errores, por tanto, no confirman la eficacia de las posiciones ideológicas opuestas. Tampoco ser cuerdo o parsimonioso es indicador suficiente de una conducción política coherente. En lugar de “subirnos el precio” por comparación con fracasos ajenos, o de alentar cambios de régimen en países de diferente signo ideológico, sería más saludable limitarse a aplicar una Política Exterior orientada por el interés nacional y la complementariedad de intereses concretos en todo aquello que sea posible en cada caso. Las “cruzadas” ideológicas o morales “for export”, de un lado y del otro, no contribuyen a la unidad continental ni a entablar buenas relaciones entre nuestros países. “Agudizar las contradicciones” ante una crisis como la que se viene puede ser un “camino de ida” hacia conflictos bélicos y civiles que minen la estabilidad de la región y, por tanto, también la estabilidad y la seguridad internas de nuestro país. Argentina debería jugar un rol pacificador de tensiones hacia el resto del continente, a diferencia del que ha asumido el liderazgo parcializado e intervencionista de Bolsonaro, contra los gobiernos de Evo Morales y Nicolás Maduro. Pero esto será posible solo si nos negamos a proponer un intervencionismo de signo contrario como respuesta y si nos dedicamos a la construcción de consensos estratégicos internos, concentrados en la crisis sanitaria y económica, en lugar de priorizar discusiones secundarias que introducen divisiones innecesarias en el cuerpo social: por ejemplo, la legalización del aborto.

Y es que en una situación como ésta, los riesgos internos no son pocos y la unidad nacional más necesaria que nunca. Dando por descontada nuestra neutralidad en una “guerra comercial” global que no es la nuestra, y que lo que más necesitamos es de un equilibrio que asiente nuestra política internacional en la prudencia y el pragmatismo, cabe apuntar algunas cuestiones generales respecto de ello. No sólo porque el impacto económico en nuestro país también será grave, sino porque sería un error creer que las medidas habituales en tiempos de normalidad alcanzan para hacer frente a una situación excepcional. El gradualismo es tan riesgoso en una crisis como la adopción de medidas drásticas y estructurales, lo que puede resultar una posibilidad única para apostar por estas últimas. Pero si de algo no queda duda, es de que lo más peligroso de todo es carecer de una estrategia para enfrentar los desafíos en ciernes y explotar las ventajas antes aludidas. La diferencia está entre “administrar la crisis estructural” atados a los vaivenes azarosos de una economía global a punto de caerse o construir poder nacional “yendo al hueso” y dando explicaciones después, a quien las pida. Desde esta última óptica, después de renegociar el pago de la deuda externa, ya no resulta imposible pensar en hacerse del control de sectores estratégicos para el desarrollo de la economía nacional. De otro modo, y en un contexto de crisis global con las dificultades y compromisos que supone el endeudamiento externo, no podremos superar el escollo de la “restricción externa”. A propósito de esto, sería pertinente terminar de disputar en función de viejos fantasmas, porque ni controlar el comercio exterior de granos significa hacer una “reforma agraria”; ni tener participación estatal en proyectos privados de explotación mineral o energética significa “estatizar” estos sectores. Tampoco la existencia de una banca nacional destinada al crédito blando para emprendimientos productivos equivale a “nacionalizar la banca”. Reequipar a las Fuerzas Armadas, dentro de un amplio plan de desarrollo de industrias asociadas y de tecnología para la Defensa, no significa que “busquemos” hacer uso de la fuerza. Al contrario, solo el hacerse de poder de fuego disuasorio y de una política de alianzas adecuada podría evitar tal uso de la fuerza en un mundo crecientemente conflictivo. Integrar las armas a un Proyecto Nacional no significa “politizar” su función, mucho menos evocar las sombras de la represión. Se trata de jerarquizar en forma “visible y palpable” la construcción de poder nacional consistente, por igual, en el desarrollo cultural, económico e industrial del país y en nuestra capacidad de defenderlo. No fueron precisamente de “derecha” algunos de los pensadores nacionales que más énfasis hicieron en ello: Rodolfo Puiggrós, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos, lo hicieron, por ejemplo, desde un análisis marxista aplicado a la historia nacional. Pero también, y desde otro marco teórico en clave geopolítica y tercerposicionista, lo hicieron Juan Domingo Perón, Juan Enrique Guglialmelli y Norberto Ceresole, entre otros, que no desligaron la Defensa Nacional de la vertebración del espacio por la vía del desarrollo social y económico con justicia social. Y es que “el interés nacional” siempre es concreto y cualquiera que se atenga a la realidad en lugar de anteponer consideraciones de tipo ideológico lo reconoce. Si volvemos a la senda señalada por aquellos análisis, tan realistas y científicos como comprometidos, al margen de las “tendencias” que nos seduzcan y las “grietas” que nos separen, podremos lograr que el paso de la crisis a la “nueva normalidad” sea también un salto cualitativo, tendiente a evitar que los duros desafíos que se avecinan caigan sobre el sector productivo, al precio de una mayor conflictividad social y de la “inviabilidad” de nuestro Estado.

* Esteban Montenegro, formado en filosofía y diseño, es uno de los editores responsables de Nomos (www.nomos.com.ar).


Notas


1 “…los acontecimientos de orden geopolítico no se paralizaron; más todavía, algunos de ellos sufrieron una aceleración, por caso, el que tiene (nada más y nada menos) que a China y Estados Unidos como protagonistas” (Alberto Hutschenreuter, “La geopolítica no cumple cuarentenas”, Abordajes, abril de 2020, http://abordajes.com.ar/la-geopolitica-no-conoce-de-cuarentenas)

2 Juan Carlos Pérez Salazar, “Coronavirus: ¿qué significa que «la Historia se esté acelerando» por la crisis provocada por la pandemia?”, BBC Mundo, 22 de abril de 2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52314527

3 Josh Hawley, “The W.T.O. should be abolished”, The New York Times, 5 de mayo de 2020, https://www.nytimes.com/2020/05/05/opinion/hawley-abolish-wto-china.html

4. Pensemos por ejemplo en las buenas relaciones de Donald Trump con Kim Jong Un, presidente de Corea del Norte, país hasta entonces considerado parte del “eje del mal”.

5 John Gray, Falso amanecer: los engaños del capitalismo global, Barcelona, Paidós, 2000, p. 14.

6 Aleksandr Dugin, “Modernisation without Westernization”, Eurasianist Archive, 12 de Octubre de 2016, https://eurasianist-archive.com/2016/10/12/modernization-without-westernization

7 Esteban Montenegro, “Intelectuales sin brújula. Respuesta desde el Sur a Zizek, Harari y Han”, Nomos, 21 de abril de 2020, https://nomos.com.ar/2020/04/21/intelectuales-sin-brujula-respuesta-desde-el-sur-a-zizek-harari-y-han/

9 John Kemp, «China has replaced U.S. as locomotive of global economy», Reuters, 5 de noviembre de 2019, https://www.reuters.com/article/us-economy-global-kemp-column/china-has-replaced-u-s-as-locomotive-of-global-economy-kemp-idUSKBN1XF211

10 «Energy Overview», U.S. Energy Information Administration, Mayo de 2014, https://www.eia.gov/totalenergy/data/monthly/pdf/sec1.pdf

11Heartland” es un concepto geográfico-espacial acuñado por el geógrafo británico Halford Mackinder que determina la región que representaría la zona central y nuclear para la geopolítica mundial, cuyo control aseguraría la supremacía sobre las otras regiones del mundo. Esta zona estaría en la confluencias de tierras del este de Europa y el oeste de Asia (Rusia y el Cáucaso) y estaría enfrentada, geopolíticamente hablando, a la región de la «Isla del Mundo», que es el continente «isla» de América, hoy dominado por los EEUU, la otra zona fácil de defender y desde la cual se podría extender la propia influencia a todo el globo.

12 John J. Mearsheimer & Stephen M. Walt, «The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy», Faculty Research Working Paper Series No. RWP06-011, John F. Kennedy School of Government, Harvard University, 15 de Marzo de 2006, https://ssrn.com/abstract=891198 or http://dx.doi.org/10.2139/ssrn.891198

13Belen Ennis, «No todo es culpa del Coronavirus. ¿Cómo impacta la construcción del gasoducto ruso Nord Stream en la baja del precio internacional del crudo?», Observatorio de la Energía, Tecnología e Infraestructura para el Desarrollo (OETEC), 20 de marzo de 2020, http://www.oetec.org/nota.php?id=4503&area=14

14 «50M barrels of saudi crude moving towards U.S. with presumably no space to store them», SouthFront: Analysis & Intelligence, 23 de abril de 2020, https://southfront.org/50m-barrels-of-saudi-crude-moving-towards-u-s-with-presumably-no-space-to-store-them

15Arthur Berman, “The death of U.S. oil”, Oil Price, 28 de abril de 2020, https://oilprice.com/Energy/Crude-Oil/The-Death-Of-US-Oil.html; y «Game over for oil, the economy is next», Artberman.com, 27 de abril de 2020, https://www.artberman.com/2020/04/27/game-over-for-oil-the-economy-is-next/

16 Alexei Gromov, “Pandemic Covid-19: Impact on the global oil sector”, BRICS The Image of Energy 2020, 28 de abril de 2020, https://www.facebook.com/New-Generation-2020-274560483448953/

17 «U.S. to remove Patriot batteries from Saudi Arabia: WSJ report», SouthFront: Analysis & Intelligence, 08 de mayo de 2020, https://southfront.org/u-s-to-remove-patriot-batteries-from-saudi-arabia-wsj-report/

18 «Trump, Saudi king reaffirm defense ties amid tensions», Reuters, 8 de mayo de 2020, https://www.reuters.com/article/us-usa-saudi-trump/trump-saudi-king-reaffirm-defense-ties-amid-tensions-idUSKBN22K2RJ

19«Coronavirus: por qué la pandemia puede acelerar la desglobalización de la economía mundial (y qué peligros conlleva eso)», BBC News Mundo, 15 de abril de 2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52155208

20 El proyecto chino One Belt, One Road tiene como objetivo atravesar esas regiones, por lo que la estabilidad de las mismas tiene importancia para China, pero no resultan tan vitales como Siria o Ucrania para Rusia, por ejemplo.

21 Daniel W. Drezner, Ronald R. Krebs, & Randall Schweller, «The end of Grand Strategy: America must think small», Foreign Affairs, 13 de abril de 2020, https://www.foreignaffairs.com/articles/world/2020-04-13/end-grand-strategy

22 Keith Zhai & Yew Lun Tian, «In China, a young diplomat rises as aggressive foreign policy takes root», Reuters, 31 de marzo de 2020, https://www.reuters.com/article/us-china-diplomacy-insight/in-china-a-young-diplomat-rises-as-aggressive-foreign-policy-takes-root-idUSKBN21I0F8

23 Pepe Escobar, «China locked in hybrid war with US», Asia Times, 17 de marzo de 2020, https://asiatimes.com/2020/03/china-locked-in-hybrid-war-with-us/

24 Sven Smit, Martin Hirt, Kevin Buehler, Susan Lund, Ezra Greenberg, & Arvind Govindarajan, «Safeguarding our lives and our livelihoods: The imperative of our time», McKinsey, 23 de marzo de 2020, https://www.CCC.com/business-functions/strategy-and-corporate-finance/our-insights/safeguarding-our-lives-and-our-livelihoods-the-imperative-of-our-time

25 Se ha discutido mucho en epistemología cuál es la forma de inferencia lógica que permite la creación de nuevo conocimiento. Las generalizaciones empíricas y la deducción de ciertos principios teóricos parten de presupuestos y apuntan a explicitar algo que está contenido ya en sus premisas. Debemos al epistemólogo dialéctico argentino Juan Samaja la correcta apreciación de la analogía como forma de creación de nuevo conocimiento. Como tal, la analogía no es una repetición o una traslación mecánica de algo observado en un contexto a otro, sino simplemente un punto de partida que permite experimentar en la renovación de los objetos y marcos teóricos que los alumbran.

26 Stefania Gozzer, ««Esto se va a parecer mucho a una economía de guerra»: la advertencia de la Cepal de que la pandemia aumentará el desempleo y la pobreza en América», BBC News Mundo, 28 de marzo de 2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-52048856

27Jorge Alemán, «La guerra», La Tecla Eñe, 29 de marzo de 2020, https://lateclaenerevista.com/la-guerra-por-jorge-aleman/

28 Sobre la base de estos argumentos, Alberto Hutschenreuter prefiere comparar esta crisis con las del 2008 y 1929, cf. «No hay orden mundial entre Estados «vencidos»», Abordajes, 16 de abril de 2020, http://abordajes.com.ar/no-hay-orden-mundial-entre-estados-vencidos/

29 Gerardo Lissardy, «Coronavirus: los 2 grandes escenarios mundiales que plantean algunos expertos para después de la pandemia», BBC News Mundo, 5 de mayo de 2020, https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52526090

30 Juan Carlos Pérez Salazar, “Coronavirus: ¿qué significa que «la Historia se esté acelerando»…?”, op.cit., https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52314527

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