Por Luciano Schwindt*
“En el mundo de la geopolítica, el orden establecido y proclamado como universal por los países occidentales se encuentra en un punto de inflexión”1
Ante la irrupción de la pandemia del coronavirus se ha vuelto a replantear la cuestión del orden en el ámbito de las relaciones internacionales. La idea de un nuevo orden mundial (NOM) genera incluso emotividades dispares, algunas de las cuales lo identifican con un plan mundial de dominación y control para toda la humanidad. Sin embargo, lo que hay que entender por “orden mundial” es siempre resultado de una correlación de fuerzas morales y materiales a escala mundial en un momento determinado de la historia. De acuerdo con Hedley Bull, el orden es una situación o estado de cosas2. A su vez, del tipo de orden establecido depende el desenvolvimiento de la política internacional, condicionando percepciones, valores, comportamientos e instituciones3. Al orden podemos entenderlo entonces como un proceso que conlleva reajustes constantes, y en donde su diseño final representa el establecimiento e imposición de un tipo de jerarquización y distribución de capacidades por parte de actores hegemónicos por sobre el conjunto. Para sostenerse en el tiempo, debe poseer un cierto nivel de aceptación y existir un interés común en su preservación. Lo que es decir que un ordenamiento político reposa sobre un consenso respecto de la necesidad de su existencia.
Desde el comienzo de la pandemia se ha generado un debate alrededor del alcance e incidencia que esta tiene en el orden mundial actual. Las posturas oscilan entre las que sostienen que habrá cambios4 y las que niegan esa posibilidad5. Sin importar cual adoptemos, lo cierto es que la crisis sanitaria desatada por la pandemia del coronavirus resulta un problema para la estructura ideológica en la cual se sustenta el actual orden mundial liberal: ha detenido el dinamismo de este – el cual exigía libre circulación de personas, bienes y capitales -, de una manera que no había sucedido hasta el momento, echando por tierra los anhelos de un orden global, fraterno y cosmopolita. La paradoja es que la pandemia es hija de este orden mundial, pues ha proliferado a escala global gracias a la libertad de circulación que este le concedió.
Es entendible que un acontecimiento de relevancia mundial como este genere expectativa de cambio6. Nuestra hipótesis es que la pandemia viene a cuestionar el consenso sobre el cual descansa el orden mundial y que esto, a la larga, traerá implicancias en las relaciones internacionales, existiendo la posibilidad de que surja una nueva correlación de fuerzas donde predomine una lógica proteccionista contraria a las premisas del liberalismo. Existe también la posibilidad de que ciertas potencias occidentales intenten impedirlo, pero no creemos que estén en condición de hacerlo. Entendemos que esta situación abriría nuevas perspectivas para la geopolítica y la estrategia nacionales. Dicho esto, nuestra intención será la de reflexionar cómo la pandemia afecta al orden dentro del sistema internacional e inferir sus implicancias en los asuntos mundiales.
La arquitectura liberal
La arquitectura del orden liberal actual reposa sobre una concepción europea del sistema internacional, que se originó con la Paz de Westfalia tras la Guerra de los 30 años. Este modelo se pretendía neutral en términos axiológicos, en tanto su intención fue regular las por entonces conflictivas relaciones entre las distintas potencias europeas a través de un equilibrio de poder con reglas claras. Para tal fin, se establecieron como principios: la soberanía de cada Estado sobre su territorio, la igualdad entre los mismos, la no injerencia en los asuntos ajenos y el respeto a la estructuras internas y religiosas de cada uno. A este espacio de neutralidad valorativa, los Estados Unidos añadieron en el transcurso del siglo XX sus propios ideales morales, políticos y económicos, incidiendo desde entonces profundamente en el sentido y diseño del orden mundial. Siguiendo a Henry Kissinger, decimos que son tres los hitos que marcan esta última evolución del orden de cuño liberal: 1) Los catorce puntos de Wilson; 2) los tribunales de guerra de Nuremberg y Tokio y; 3) la caída de la Unión Soviética que dio comienzo a la era unipolar estadounidense7.

Este diseño estadounidense se sustenta, de acuerdo a lo que dijimos antes, sobre bases materiales y morales. Se ampara políticamente en la Organización de Naciones Unidas (ONU) que otorga privilegios de veto para un grupo de cinco potencias mundiales; militarmente a través de la potencia de fuego que posee la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); normativamente en un modelo multilateral de cooperación; y económicamente a través de un sistema financiero, capitalista y globalizado. Pero también se mantiene gracias a un consenso moral a escala mundial que lo legitima. Se rige por los ideales de libertad, igualdad y fraternidad universal, y de una cultura cosmopolita que pretende borrar la heterogeneidad cultural de los distintos actores del sistema internacional.
El retraimiento del antiguo orden
Está claro, al leer la somera descripción que acabamos de hacer, que el orden liberal manifestaba indicios de fragilidad antes de irrumpir la pandemia.8 En primer lugar, una nueva distribución del poder global en el sistema internacional fue modificando motivaciones y abriendo posibilidades para satisfacer intereses particulares. Por un lado, esto se debe al declive del poderío norteamericano, que trajo consigo el fracaso de la estrategia de expandir el modelo de la democracia liberal al resto del mundo y la imposibilidad de sostener una pax americana, y, por otro lado, el gran crecimiento de China y de otros Estados. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, se sumó un cambio en la actitud estadounidense, que giró hacia posiciones más aislacionistas respecto de la política internacional, mostrándose reticente a seguir ejerciendo el liderazgo mundial.
La pandemia no implica, por sí misma, un cambio de orden a nivel mundial. En todo caso, viene a problematizar esta situación política en desarrollo. Al quebrar con su lógica intrínseca, suma un nuevo problema para la vigencia del paradigma liberal y resquebraja aún más el consenso moral sobre el cual se sustentaba. En la medida que este orden vaya perdiendo legitimidad surgirán nuevos escenarios y oportunidades para los distintos actores del sistema internacional, y cada momento que transcurra problematizará aún más la situación anterior.
Si en esta crisis mundial desatada por la pandemia prima el cuidado de la vida por sobre el cálculo económico y el interés colectivo limita las libertades individuales, entonces la lógica del orden liberal no resulta ya un parámetro único para analizar la política mundial. Entonces ¿cómo debemos interpretar las relaciones internacionales en una situación así planteada?
Consideramos que una lógica consecuencia del retraimiento del actual orden liberal será una nueva configuración del reparto del poder mundial, pero este reordenamiento se dará siguiendo coordenadas ya vigentes. El sistema internacional no cambiará, sino su estructura, es decir la forma que adopta el sistema a partir de una nueva distribución de poder. Estos ajustes otorgarán al orden posliberal características propias. Es posible que percepciones, valores, intereses y la misma lógica del sistema sufran cambios dado que las prácticas y costumbres del antiguo orden no serán tan condicionantes como lo venían haciendo. De darse esto, ¿estaremos en camino hacia un sistema político mundial iliberal? Lo lógico es que se tienda hacia un enfoque donde se pondere aún más el interés nacional por sobre la ideología liberal y su cultura cosmopolita, hasta constituirse un equilibrio de poder similar a lo que fue el sistema de Estados europeo del siglo XIX, pero a escala mundial.
En este escenario podremos ver que se encontrarán afectados los marcos de reglas, costumbres, normas e instituciones de las que depende el orden del sistema vigente. Esto, a su vez, tendrá incidencia en la socialización de los distintos actores, dando forma a otros comportamientos, percepciones e intereses y, por ende, afectando directamente a la solidaridad y conflictividad internacionales. Entonces, dado que la pandemia no solo trastorna el orden mundial en su aspecto material sino también moral e ideológicamente hablando, las explicaciones de por qué sucede el cambio también deben prestar atención a aquellas fuerzas no materiales que moldean al sistema internacional
Incidencias en la polaridad y en la estructura
A la luz de lo anterior, veremos que la estructura del sistema cada vez proveerá menores niveles de certidumbre a la política. Las prácticas, costumbres e interacciones de los actores principales se volverán más problemáticas de determinar ya que el marco en donde estas se desarrollan no podrá proveer la previsión y regularidad de la cosa política como era antes. Sin embargo, en este interregno, no primará la incertidumbre total ya que el sistema internacional continuará respondiendo a variables de comportamiento estatal. Instituciones como la diplomacia, la guerra, el derecho internacional, el comercio, o el balance de poder, a la vez que adquieren nuevas formas, proveerán niveles de certidumbre y de orden a la estructura. A su vez, las dinámicas globales y tendencias geopolíticas actuales9 ofrecerán un marco de acción que traerá previsión a la política. Por lo que, quizá, deberíamos considerar la idea de que un orden mundial estable sea algo complicado de alcanzar, al menos en lo inmediato.
Ahora bien, este cuadro necesita completarse atendiendo a la polaridad del sistema internacional. Esta tiene que ver con la capacidad y el comportamiento de los Estados en la política internacional. Un Estado se constituye en un polo en tanto que además de alcanzar un considerable quantum de poder para gravitar en los asuntos mundiales tiene la intención de constituirse en uno. El tipo de polaridad dependerá del balance de poder que se constituya entre los actores que posean esas características. En la actualidad, Estados Unidos continúa siendo el poder dominante a escala mundial pero abocado a un repliegue interno orientado a: 1) la reconstrucción de su poder nacional; 2) y lograr un desacoplamiento económico-productivo respecto de China10. China, el otro actor de importancia, gravita en los asuntos mundiales por el propio peso de su economía constituyendo una constelación de intereses económicos en torno suyo. Pero deberíamos cuestionarnos que tenga la intención de influir e intervenir en el mundo para constituirse en un nuevo polo de poder. En el supuesto caso de que se incrementen los niveles de hostilidad estaremos en presencia de una confrontación entre grandes potencias económicas, pero no en una disputa de polos más o menos equivalentes por el dominio mundial, al menos en lo inmediato. Por lo tanto, en la actualidad podemos decir que estamos ingresando en un momento signado por la no polaridad, es decir, en un sistema internacional donde la polaridad será difusa.11
Tal es así que, en lo concerniente a la estructura del sistema internacional, hoy se desvanecen las esperanzas que tenía el liberalismo en constituir un gobierno mundial. De acuerdo con Kenneth Waltz12, lo que define la estructura del sistema internacional actual es una anarquía en su principio ordenador y una jerarquía en la distribución de capacidades13. En contra de los deseos del liberalismo, el aspecto anárquico es posible que se profundice, en la medida en que vamos hacia una mayor descentralización de la toma de decisiones a escala mundial y que los EE. UU. ya no desean ejercer el rol de potencia ordenadora. A ello se suma que el sistema ya no estará condicionado por una arquitectura liberal que permita mitigar los efectos de la anarquía. Por otra parte, es posible que se profundice el aspecto jerárquico de la estructura ya que las capacidades incidirán aún más en un mundo desordenado y entrópico. Quizá esto incentive la tan conocida lucha por el poder. En una situación tal, es posible que ingresemos en un nuevo equilibrio de poder donde la configuración del sistema internacional resultará de la interacción de intereses dispares antes que sobre acuerdos en torno a un consenso hegemónico.
El Estado y las organizaciones internacionales
La reconfiguración mencionada marcará la pauta para comprender el comportamiento y la socialización. La desconfianza ante lo extraño y distante podría provocar comportamientos distintos, entre los que prime el acercamiento hacia lo seguro, próximo y conocido. En el aspecto personal esto se traduce en un acercamiento al círculo cercano de la familia y amistades, en el ámbito de la política doméstica será hacia la comunidad, mientras que a nivel internacional podrá haber una revalorización de los ámbitos regionales y del bilateralismo estatal de acuerdo con relaciones tradicionales o por intereses compartidos. Por lo tanto, es probable que las relaciones internacionales se establezcan orientadas bajo los principios de interés económico y político, primando una concepción geopolítica por encima de una supuesta fraternidad universal. De todas formas, las relaciones internacionales y la soberanía de los Estados se verán cada día más transversalizadas por dinámicas globales y actores trasnacionales que operan bajo una lógica distinta de la estatal, y aceleradas por la innovación en tecnología y comunicaciones. El solapamiento de intereses estatales, privados y trasnacionales dará como consecuencia conflictos y relaciones de alta complejidad y flexibilidad entre actores de diversa naturaleza.
En esta situación, el Estado resultará inoperante si no atiende a estas cuestiones y no reconfigura su sentido político. Sin embargo, a pesar de los anhelos de los librepensadores, continuará siendo el principal elemento ordenador del sistema internacional y no perderá su primacía respecto de otros actores, ya que es él quien tiene la potestad en situaciones de excepción. El Estado volverá a cobrar una importancia inusitada, más por la complejidad de los nuevos escenarios que por el auge de populismos o de gobiernos real o supuestamente autoritarios que azuza el liberalismo como “fantasma”.
En relación al comportamiento esperable de los Estados dentro del sistema internacional, sabemos que este depende de dos factores, uno estructural y otro doméstico.14 En un sistema internacional con un orden inestable, la presión que ejerza la estructura será menor, mientras que las capacidades de los Estados correrán en paralelo con la presión soportada. Las ataduras con los organismos internacionales se relajarán y permitirán mayores márgenes de maniobra, incentivando la toma de decisiones unilaterales. Esto traerá un recrudecimiento en la conflictividad, pero también búsqueda de nuevos tipos de cooperación. La obtención de zonas de influencias, la expansión en materia económica y, en fin, la competencia posicional por acceso y control de recursos naturales estará regida principalmente por concepciones geopolíticas. La proyección del poder será a corta y media distancia, y viejos conflictos tradicionales, probablemente, vuelvan a estar en las agendas de los Estados.
La atención también estará puesta sobre las organizaciones internacionales. Estas son instituciones que brindan orden al sistema internacional y que sirven para establecer marcos y formas de interacción multilateral. Sin embargo, su creación es expresión directa de los intereses de sus actores predominantes, quienes buscan obtener ventajas y/o influencia en determinados ámbitos de participación internacional. Hoy día, la arquitectura liberal, establecida mediante múltiples organizaciones internacionales, sean estas de origen intergubernamental o no gubernamental, ha quedado desacreditada, y posiblemente se vea diezmada económicamente, debido a la escasa respuesta que tuvo ante la pandemia y ante los últimos conflictos de gravedad que la precedieron. Esto puede traer como consecuencia la creación de nuevas organizaciones intergubernamentales y la reformulación de otras con la intención de alcanzar fines distintos, a la vez que una pérdida de influencia por parte de aquellas que no logren adaptarse a un ordenamiento distinto. Al interior de las organizaciones se podrá dar una disputa por el establecimiento de agendas y objetivos particulares, viéndose tensionadas entre los “globalistas”, defensores del antiguo orden liberal, y quienes persiguen intereses concretos alternativos (nacionales y/o económicos). Ejemplo paradigmático de esta situación es la actitud de Donald Trump ante la OTAN y la OMS. Por último, las organizaciones no gubernamentales (ONG), dado que no se encuentran constreñidas por instancias multilaterales y que resultan eficaces para perseguir objetivos puntuales, cobrarán mayor relevancia como instrumento por parte de actores privados o estatales, de los cuales depende el financiamiento de las mismas.
Reflexiones finales
Vemos que un mundo en donde se ha resquebrajado el consenso moral, con niveles de desorden y sin polos de poder, será un mundo dinamizado por la entropía y la fragmentación. En él los lazos de solidaridad cambiarán y aumentará la conflictividad internacional como consecuencia de la transición. A medida que la política se vuelque sobre lo cercano, aumentarán los niveles de integración y se contribuirá a darle una forma más definida a los conflictos. Estamos ante una gran oportunidad para el mundo: que del caos pueda surgir un ordenamiento más razonable ajustado a intereses geopolíticos y al deseo de los pueblos, y no a una ideología o a un solo poder con pretensiones de dominio mundial.
Para Argentina, la situación y las implicancias que hemos analizado nos muestran la posibilidad de mayores márgenes de maniobra en política exterior, abriéndose toda una ventana de oportunidades en materia estratégica. Si reconocemos que el escenario por delante no será igual al actual, deberemos tener la habilidad de identificar cuáles son nuestras amenazas y oportunidades. Y, en tanto exista la posibilidad de que la Antártida, el Atlántico Sur y las Islas Malvinas cobren una nueva dimensión e importancia en los asuntos internacionales, al revalorizarse conflictos tradicionales y abrirse nuevas oportunidades en política internacional, es que debemos reflexionar sobre ellas, porque son temas que conciernen a nuestro destino como Nación. Por otra parte, alcanzar niveles de autosuficiencia no solo será una necesidad dictada por una caída en el intercambio internacional sino también por una cuestión de seguridad en un mundo incierto signado por la autoayuda. Por ende, aumentar nuestro poder nacional, económico, militar y tecnológico, tendrá que ser una prioridad estratégica. Por esto, la geopolítica cobra nuevamente valor para orientar una estrategia y una defensa con foco en el interés nacional. En tiempos de incertidumbre solo podremos tener certeza de nuestra labor. Insistimos en afianzar el control de todos nuestros espacios: marítimos, continentales y ultraterrestres; dominarlos, vertebrarlos y potenciarlos productivamente a fin de afirmar nuestra presencia soberana en cada uno de ellos y elevando el bienestar de nuestro pueblo para que, ante un posible nuevo reparto del poder mundial no nos encontremos lamentándonos por la oportunidad perdida.
*Luciano Schwindt, miembro de Nomos, es Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Argentina John F. Kennedy, y maestrando en Estrategia y Geopolítica en la Escuela Superior de Guerra (ESG).
2. Hedley Bull, La sociedad anárquica, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2005.
3. Por instituciones entendemos una serie de hábitos y prácticas que posibilitan la realización de objetivos comunes y que no implican siempre una organización administrativa. Son elementos que explicitan y permiten mantener la colaboración entre los actores del sistema internacional.
4. Kurt Campbell y Rusha Doshi, “The Coronavirus could reshape global order”, Foreign Affairs, 18 de marzo de 2020, https://www.foreignaffairs.com/articles/china/2020-03-18/coronavirus-could-reshape-global-order; Richard Haas, “The Pandemic will accelerate history rather than reshape it”, Foreign Affairs, 7 de abril de 2020, https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-04-07/pandemic-will-accelerate-history-rather-reshape-it
5. Joseph Nye Jr., “No, the Coronavirus will not change the global order”, Foreign Policy, 16 de abril de 2020, https://foreignpolicy.com/2020/04/16/coronavirus-pandemic-china-united-states-power-competition/
6. En el mundo actual impera un único sistema de estados a nivel global, por lo que el alcance y repercusión que suscita el cambio para el sistema político mundial es mayor de lo que pudo haber sido en otras épocas donde convivieron distintos sistemas, como por ejemplo en la Antigüedad.
7. Henry Kissinger, La diplomacia, Fondo de Cultura Económica, 1995, México.
8. Ver Montenegro, Esteban, “Crisis global postpandemia: riesgos y posibilidades para la Argentina”, Nomos, https://nomos.com.ar/2020/05/17/crisis-global-postpandemia-riesgos-y-posibilidades-para-la-argentina/
9. Hacemos referencia a cuestiones políticas como la globalización, el crecimiento económico chino, la declinación estadounidense, la cambiante expresividad del poder y de la morfología bélica, la competencia por recursos naturales, el surgimiento de actores no-estatales, entre otras.
10. Henry Farrell y Abraham Newman, “The folly of decoupling from China”, Foreign Affairs, 3 de junio de 2020, https://www.foreignaffairs.com/articles/china/2020-06-03/folly-decoupling-china
11. Discrepamos con la postura de Richard Haas, ya que su idea de no polaridad es resultante de considerar a actores no-estatales. Entendemos que esta idea oculta la importancia y el rol que tienen las potencias mundiales para determinar el tipo de orden dentro de un sistema interestatal. Cf. Richard Haas, “La era de la no polaridad”, Foreign Affairs, Vol. 8, Nº3, 2008.
12. Kenneth N. Waltz, Teoría de la política internacional, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1988.
13. Para Waltz la anarquía internacional no es igual al caos, sino que hace referencia a la inexistencia de un gobierno con soberanìa mundial. Sin embargo, sostiene que dada las diferencias en las capacidades de los Estados se genera de facto una jerarquía entre ellos.
14. Steven Lobell, Norrin Ripsman & Jeffrey Taliaferro, Neoclassical Realism, the state and foreign policy, Cambridge, Cambridge University Press, 2009.