Recuerdos geopolíticos del futuro

Por Alberto Hutschenreuter*

Transcurridos ya varios meses bajo el “imperio de la pandemia”, el escenario internacional parece dispuesto a echar a andar, aunque, en verdad, nunca se ha detenido. Si bien la enfermedad obligó a los gobiernos a concentrar recursos en el segmento sanitario, las cuestiones relativas con los intereses políticos volcados sobre territorios con fines asociados a incrementar ganancias de poder, es decir, los asuntos geopolíticos, mantuvieron y conservan un notable dinamismo.

Más aún, es posible que en algunos casos la pandemia fungió para que las cosas se desarrollaran más deprisa y se consumaran o adelantaran propósitos relativos con la obtención de preeminencias o ganancias de poder por parte de determinados Estados.

Durante el siglo XX hubo numerosos casos de estrecha relación entre política y territorio que fueron capitales en relación con posteriores acontecimientos trascendentales. Hemos denominado a dichos casos “compuertas geopolíticas”, por caso, las incongruencias de orden territorial que contenía el Tratado de Versalles, la construcción de la “Línea Maginot” y la ocupación alemana de Renania, fueron sucesos que posibilitaron el curso fatal del mundo hacia 1939. Después de la guerra hubo otras compuertas geopolíticas con consecuencias internacionales de escala, por ejemplo, la proyección de poder global por parte de la Unión Soviética en los años setenta, un hecho eminentemente geopolítico, fue una de las causas que debilitó la economía nacional, hecho que, junto con la baja productividad, un problema que arrastraba el país desde los años cincuenta, fue determinante en el derrumbe de la gran potencia.

Hoy nos encontramos frente a nuevas “compuertas geopolíticas” que, en buena medida, nos están adelantando posibles escenarios de ruptura o disrupción mayor en las relaciones entre Estados. Peor todavía, pues nos hallamos frente a una densidad de fenómenos de cuño geopolítico entre actores preeminentes, es decir, no protagonistas menores cuyas acciones podrían disparar el involucramiento de los preeminentes, como sucedió poco antes de 1914 cuando las compulsas y conflictos entre los actores de los Balcanes acabaron por arrastrar a las potencias a la confrontación directa.

Hay cinco situaciones de crisis mayor en el mundo actual, y considerando la talla estratégica de los comprometidos y los intereses en liza, es posible que algunos de ellos encierren los “códigos” de acontecimientos trascendentes del siglo en curso, de los que quizá surjan los cimientos de una nueva configuración internacional.

La mayoría de ellos tienen lugar en la gran masa euroasiática e involucran a todos los poderes mayores y potencias medias del planeta, situación que desmonta aquellas conjeturas que prenuncian un mundo de “Estados ensimismados”: sí, si por ello entendemos un mundo bajo el imperio de primacías y soberanías nacionales, es decir, ensimismados en el fortalecimiento de sus capacidades y de políticas proactivas en un mundo con multilateralismo casi nulo. Ensimismamiento en el mundo actual no significa aislamiento como técnica de poder; implica más anarquía, más descentralización, más desconfianza, más lateralización de organizaciones intergubernamentales y problemas para aquellos que no supieron construir poder.

Occidente y Rusia componen uno de los anillos de conflictos en clave de nuevas “compuertas geopolíticas”. Si bien Occidente es predominantemente Estados Unidos, los países de la Unión Europea y de la OTAN importan, pues acompañan a Washington en su fijación geopolítica ante Rusia y, con disensos, mantienen las sanciones económicas.

El conflicto es casi de suma cero, pues no existe posibilidad de que ninguna de las partes retroceda, es decir, renuncien a sus objetivos: la OTAN a mantener la custodia a Rusia a través del “cordón sanitario” e incluso a intentar ir más allá, decisión que entrañaría casi con seguridad una confrontación; Rusia a ejercer el demandado “pluralismo geopolítico”, es decir, desconsiderar sus intereses en sus áreas adyacentes y respetar los hechos y decisiones que tienen lugar en las ex repúblicas soviéticas. En los términos del estadounidense Stephen Kotkin, Rusia debería hacer un “pacto con su pasado” y seguir lo que ha hecho Francia, “que conserva un persistente sentido de excepcionalidad pero que ha hecho las paces con la pérdida de su imperio externo y su misión especial en el mundo, recalibrando su idea nacional para ajustarse a su papel reducido y unirse a poderes menores en Europa en términos de igualdad”.

En el norte de África, la situación en Libia, una “Cártago con petróleo”, se ha ido convirtiendo en una “nueva Siria”: como en el país de Oriente Medio, en Libia se están concentrando intereses por parte de actores mayores y medianos (Francia, Italia, Rusia, Turquía, Arabia Saudita, etc.). Por ser escenarios selectivos estratégicos, estos conflictos van configurando “guerras intraestatales mundiales”, es decir, escenarios de pugna entre actores locales, regionales y globales, geográfica y geopolíticamente acotados.

Medio Oriente es otra compuerta geopolítica relativamente nueva, pues la crisis allí es continua. La característica de las pugnas en esta región es la irreductibilidad: los propósitos que mantienen las partes entre sí tornan prácticamente imposible el logro de acuerdos. La política de hechos consumados es un dato quizá “novedoso”: se configura un acuerdo entre el poder regional y el poder mayor internacional, Israel y Estados Unidos, y el mismo es aplicado, aunque la otra parte, la Autoridad Palestina, no lo haya aceptado.

Si bien pareciera que los “nuevos conflictos” regionales, Siria, Arabia Saudita-Irán-Turquía, Yemen, etc., han devaluado la importancia de aquella otrora cuestión central de la región, el sentido de lo que un autor francés ha denominado “geopolítica de humillación” por parte de Occidente (que se extiende a todo el arco árabe regional e Irán) permanece y preanuncia, en función del desequilibrante crecimiento demográfico, el armamentismo y la insurgencia confesional, disrupciones sobre disrupciones.

En otro orden, la rivalidad entre China y Estados Unidos difícilmente pueda reorientarse hacia algún tipo de convergencia y eventuales acuerdos. Aunque no se trata de una “rivalidad hermética” como lo son OTAN-Rusia y los conflictos en Oriente Medio, los márgenes para una cooperación ampliada serán casi imposibles de consolidar a partir del “nuevo elemento” en dicha rivalidad: la responsabilidad en relación con el origen y escape del virus.

La rivalidad chino-estadounidense se ha pluralizado. No solo se trata de la geopolítica en relación con la proyección de Pekín en los mares adyacentes de China; se trata de geoeconomía, tecnología, ciberguerra, predominancia euroasiática, espacio exterior, acercamiento chino-ruso, territorios, Taiwán, Hong Kong, península coreana…Por tanto, el “cesto de cuestiones” entre Estados Unidos y China ha ido estableciendo una amplia “interdependencia defectiva” pasible de sufrir “fugas hacia delante”.

Finalmente, la zona de fragmentación indio-pakistaní, básicamente geopolítica, es más preocupante que la que existe entre India y China, acaso más local y sujeta a espasmos de circunstancias, aunque, de todas maneras, muy atendible considerando las capacidades convencionales y nucleares de ambos y las posibles tensiones que puedan ocasionar sus proyecciones geopolíticas.

El factor nacional-confesional es un componente que torna las crisis entre Estados en impredecibles, pues puede convertirse en una herramienta del poder a ser utilizada en determinadas situaciones, por caso, si un Estado percibe que su oponente se dispone a obtener ganancias de poder a su costa, o incluso si hay un deterioro socioeconómico interno que amenace la estabilidad. Tanto en India como en Pakistán, que vivieron fuertes tensiones durante 2019 y que según expertos como Michael Kugelman ellas fueron la antesala de una eminente confrontación por Cachemira, el nacionalismo religioso es un activo de poder.

En breve, si bien hay otras cuestiones que podrían llegar a elevar la tensión internacional ante determinadas situaciones, por caso, en territorios sujetos a intereses, Ártico, Antártida, etc., los casos abordados son los más sensibles en relación con una crisis de escala en el mundo. Se trata de compuertas geopolíticas en dos sentidos: por tratarse de hechos de cuño político-territorial que podrían ser origen de sucesos trascendentes en un futuro cercano, pero también porque cualquiera de esas compuertas podrían de súbito abrirse y convertirse esas mismas crisis en acontecimientos trascendentes.

Parafraseando a Raymond Aron, ¿nos encontramos ante un siglo de geopolítica total?

*Alberto Hutschenreuter es Doctor en Relaciones Internacionales. Profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Su último libro se titula Versalles 1919, Esperanza y Frustración, Editorial Almaluz, Buenos Aires, 2019.

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