La filosofía y la encrucijada global

Por Roberto Mario Magliano*

El curso del mundo viene poniendo a la filosofía y al hombre en una alarmante encrucijada. La filosofía hace un infinito esfuerzo por dar respuestas, apela a sus viejos principios, ensaya argumentos, quiere salvar del naufragio lo insalvable. Sin embargo, sus preocupaciones de siempre –el ser, el mundo, el hombre– parecen ya no importar a nadie. No obstante, la filosofía está todavía presente en el círculo de las ideas, diciendo lo que hay que decir. Pensar el orden global desde la filosofía significa revisar la visión del mundo vigente.

El “mundo” incluye además del ser y del hombre, a la política, a la comunidad, al estado. Exponer lo que ocurre en el mundo es, al mismo tiempo, contar con una postura filosófica propia dispuesta a asumir una actitud auténticamente crítica de las corrientes filosóficas que aún tienen un cierto grado de predicamento. Pero como la palabra “crítica” está lamentablemente muy desgastada y muy mal empleada, debemos utilizar otro término para expresar el sentido de nuestra tarea filosófica. Ese término es disidencia.

Si tuviésemos que decir cuál es la principal perspectiva filosófica que hoy tiene mayor aceptación, es la que se da en llamar construccionismo. Todo lo que podemos llamar realidad sería producto de una construcción social. Tanto nuestra identidad individual como la comunidad a la que pertenecemos son concebidas como construcciones sociales. La obra más conocida del construccionismo se titula La construcción social de la realidad, de Peter Berger y Thomas Luckmann. El construccionismo social no es una corriente filosófica propiamente dicha, sino una teoría sociológica. La particularidad que tiene esta teoría es que la realidad depende de los distintos contextos en donde se establecen las relaciones sociales. Contextos distintos, realidades (sociales) distintas. Entonces la realidad es relativa al contexto o, lisa y llanamente, es el contexto mismo. Para el construccionismo la realidad se puede inventar.

En cambio, para nosotros, los pueblos y las comunidades son con independencia de la variabilidad de los contextos en donde llevan a cabo su vida habitual. Los pueblos y las comunidades son un sí-mismo anterior a todo contexto. A pesar de diversos contextos, se está siempre ante un mismo y único pueblo. La idea de “contexto” procede de la lingüística y responde a la filosofía empirista y pragmatista. Por lo tanto, para entender el sentido de la teoría del contexto hay que remitirse al pensamiento empirista y pragmatista como su fundamento filosófico.

La filosofía inversa al construccionismo es el realismo. Para definir brevemente al realismo filosófico, diremos que la realidad es concebida como separada del que observa o del que conoce. Las cosas están fuera del ser racional, no son el producto de las estructuras mentales con que cuenta el ser racional para “construir” el objeto. La modernidad filosófica sostiene que no podemos ir más allá de nuestras representaciones mentales. Esta filosofía se denomina filosofía trascendental a priori. En tal sentido, la comunidad no sería más que una representación de la razón.

Nuestra propuesta es plantear una nueva filosofía realista que enfrente al construccionismo. Pero “real” no significa sin más lo exterior a nuestra mente. Cuando por ejemplo un pueblo realiza determinadas obras, tanto el pueblo como sus obras son reales. Se ha abierto una realidad en el mundo que es vivida sensiblemente. Para un pueblo la realidad es su obra y es consciente que no es producto de la mente ni de la imaginación. Real es la obra y la vivencia de la obra. Un ejemplo de ello es la organización estable de la vida cotidiana. El pueblo sabe que la organización está ahí y que depende de ella para vivir. La realidad es esa experiencia del “ahí” que no se confunde con ninguna actividad mental. El pueblo sabe además que “realidad” es también la falta de las cosas que necesita para vivir.   

Un pensamiento realista del pueblo comienza por su identidad y no por la alteridad, porque antes que nada ser “real” significa, primero, afirmarse a sí mismo y, segundo, sostenerse a sí mismo. Ontológicamente es mucho más seguro que sostenerse en otro.  Real y realidad es afirmarse y sostenerse. Se descarta de plano que esta realidad sea producto de la imaginación o de la razón. Un realismo filosófico piensa la esencia de las cosas. Un realismo filosófico político piensa el sí-mismo de los pueblos. La razón puede acceder a la esencia de las cosas, pero no la construye. Los pueblos tienen un temperamento y una historia. Realizan a través de la historia su propio temperamento. Así se van configurando. No es lo mismo, por tanto, pensar el problema del orden político desde el construccionismo que desde el realismo.

Una filosofía realista, un realismo filosófico de nuevo tiempo, implica establecer una filosofía del ser, una filosofía del percibir, una filosofía del hablar y una filosofía del gobernar. Una nueva filosofía realista se funda en el cuerpo biológico y en sus normas y reglas de funcionamiento, lo que denominamos el “giro inmunológico”. Corporeidad y realidad resultan ser lo mismo. Una nueva filosofía realista opta por la univocidad de los significados, esto es, que no se puede cambiar de significado a voluntad o conveniencia, justificado en una presunta diversidad. Una nueva filosofía realista supone también una filosofía de la corrección de la conducta, de la organización de la comunidad y del gobierno del estado.

Este realismo del porvenir contrastará y confrontará con las corrientes filosóficas que aún subsisten –creemos ya sin brillo intelectual– como la teoría crítica, la filosofía analítica, el neopragmatismo, el neomarxismo, el neoliberalismo, la democracia “radical”, el construccionismo, etc. Estas filosofías le han hecho mucho daño a la filosofía. Por empezar conviene estar advertido del uso del plural “filosofías”. Este plural no es tal, la filosofía es una sola y no importa si se escribe o no con mayúscula.

Cuatro acontecimientos revelan el ser del mundo en esta época. El primero de ellos es un movimiento filosófico que parece olvidado, pero que no lo está: la posmodernidad. El pensamiento posmoderno se presenta como un “pensamiento débil”, un pensamiento que ya no reflexiona en términos de “esencias”. Si bien la posmodernidad no ha perdido su vínculo con la tradición filosófica, se quedó a medio camino de pensar un nuevo momento en la historia de la filosofía y de la humanidad. Si alguna vez vuelve a reinar la lucidez filosófica sobre la tierra, sería bueno reflexionar sobre lo que Friedrich Nietzsche dijo acerca del nihilismo, que los más altos valores sostenidos en Occidente hasta el momento han perdido todo crédito. Siguiendo a Nietzsche en este derrotero, ¿acaso no será hora de despedirse del cristianismo y de sus derivaciones ideológicas, como ser el democratismo, el socialismo, el progresismo, el populismo y el igualitarismo? Para ello habría que dar una vuelta de tuerca de la misma posmodernidad, un nuevo “pos” de la posmodernidad que, lejos de restituir los valores e ideales modernos, nos permita encarar mejor una realidad mucho más inquietante y perturbadora.

El segundo acontecimiento es la cuestión de la otredad. Para poder comprender la idea de “otro” debemos acudir a la idea de autonomía. La autonomía moderna tiene sentido cuando está en cabeza de un yo que se afirma a sí mismo, de un sí-mismo inmanente, idéntico a sí. Pero cuando ese yo, ese sí-mismo, es asediado y se lo destituye de su posición hegemónica; y pasa a ocupar su lugar aquel otro que se considera negado, ocultado, olvidado, entonces ocurre que ese otro, no solo ocupa el lugar del yo, sino que, además, reclama la autonomía que le fuera vedada junto con todos sus efectos, por ejemplo, la libertad individual y la disposición de la propiedad, entre ellas, la de su propio cuerpo. Ese otro rechaza también el humanismo moderno por haberse puesto solo del lado del yo. Si el yo es defensor del humanismo, el otro no puede ser sino antihumanista. Ahora bien, ¿cómo es que el otro reclama para sí los ideales de la modernidad y del humanismo si –según él– fueron precisamente esos ideales los que lo relegaron? ¿Acaso no debería desconocerlos y reformular toda la escala de valores sostenida hasta el momento? Pero ¿qué es lo que verdaderamente sucede?

El otro se arroga el derecho de ser autónomo, de ejercer la libertad y de decidir sobre sí. Reconoce la valía intrínseca de todos los principios de la modernidad y del humanismo, pero no sin un dejo de incredulidad y de recelo. En el fondo sigue creyendo que los valores de la modernidad y del humanismo son los valores del yo hegemónico y no del otro en tanto otro. Si como otro ha exigido tener los mismos derechos que el yo; si una vez conseguidos no está totalmente convencido de ellos, entonces, ¿de qué modo ejercerá su autonomía? ¿cómo hará uso de su libertad? Ejercerá su autonomía y su libertad conforme la tradición moderna, pero nada impide que un día se aparte de dicha tradición solo porque cree que va en contra de su propio interés o deseo.

No olvidemos que el otro no piensa ni decide como lo hace el yo, aunque ocupe su lugar. Nunca dejará de estar en la posición de “otro” y toda decisión autónoma que tome será desde dicha posición. Pongamos como ejemplo el caso de la decisión sobre la vida del embrión humano. Cuando el otro en tanto otro tenga que tomar la decisión sobre la vida del embrión, ¿en qué posición se va a poner? En la de un otro que decide como si fuera un yo, pero en perspectiva de otro, es decir, bajo los estigmas de la negación, el resentimiento y la inferioridad. Bajo esta perspectiva decidirá la suerte de un otro –el embrión– al que, irónicamente, no reconoce como otro.

El tercer acontecimiento es la existencia de la globalización. La globalización ha unificado toda la vida del planeta, países, naciones, pueblos, naturaleza. Reduce todas las vidas a un único estilo de vida, con el agravante de que regula la unidad del mundo con la regla de la inclusión y de la exclusión. Todos pertenecemos a un único mundo globalizado según el modo incluido o excluido.  Un mundo uno, globalizado, que ostenta un solo estilo de vida y un solo liderazgo político. Entonces, ¿qué son las naciones? ¿qué son los individuos? ¿acaso una suerte de apariencia de lo diferente?

El cuarto acontecimiento es la pandemia viral.  Un acontecimiento terrible que nos obligó a establecer espacios reducidos a los que vamos a tener que acostumbrarnos a habitar de aquí en más. A estos espacios se los llama “burbujas”, una categoría introducida por el filósofo Peter Sloterdijk. Las burbujas no sólo tienen una existencia simbólica, sino también física, que nos aíslan y nos inmunizan y nos fuerzan a escoger el contacto mínimo pero seguro. La burbuja constituye una ontología de lo selectivo, una negación del conglomerado. La burbuja nos confirma que ha comenzado la primacía de un orden inmunológico global, al que vamos a tener que adaptarnos de aquí en adelante. Las pandemias golpean seriamente la libertad, pero mucho más el cuerpo. Las pandemias representan un sacudimiento ontológico que ha puesto a prueba no solo nuestra sobrevivencia, sino además nuestra capacidad de reacción filosófica. La pregunta es si la filosofía actualmente está a la altura de pensar los cuatro acontecimientos cruciales que se nos imponen por el momento como realidad: la posmodernidad, la otredad, la globalización y la pandemia viral. Es una gran oportunidad para superar las mismas desacertadas respuestas de siempre, de que el mundo es una interpretación o una invención o un sueño o una fábula o un producto digital o una construcción social.

*Roberto Mario Magliano. Abogado (UCA). Realizó el Programa de Actualización en Problemas Filosóficos Contemporáneos (FFyL -UBA). Profesor titular de Formación de las Culturas Latinoamericanas y Argentina y del Seminario de Profundización en el Análisis Socio-Cultural en el Instituto de Formación Técnica Superior N° 12 (GCBA). Investigador en Proyectos UBACyT y UBA-PIDAE sobre Poshumanismo y Migraciones respectivamente. 

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