Pueblo, farándula, populismos

Por Jean-Claude Michéa

Presentamos una nueva traducción exclusiva de Jean-Claude Michéa, a cargo de Jonás Chaia de Bellis. Se trata de una entrevista realizada por Sébastien Lapaque y publicada en la revista Revue des deux mondes, en la que además se aborda uno de los temas predilectos de este sitio, como la discusión filosófico-política en torno a los populismos1.

Impasse Adam Smith, L’Empire du moindre mal: essai sur la civilisation libérale, Les Mystères de la gauche y Notre ennemi, le capital: libro tras libro, el pensamiento del filósofo Jean-Claude Michéa es fervientemente discutido, celebrado o impugnado. Discípulo del escritor inglés George Orwell y del filósofo norteamericano Christopher Lasch, este testigo de la decencia de la gente común se propone comprender por qué las revoluciones de izquierda son aquellas que le han permitido al capitalismo dar sus mayores “saltos hacia adelante”. También explica por qué este movimiento de asimilación cultural viene acompañado por una “revuelta de las élites”, por un ocultamiento del pueblo y por una denuncia contra el populismo; todo lo contrario de aquello que se denomina como ‘derechización’ de la sociedad.

Revue des Deux Mondes: sus estudios sobre el abandono de las clases populares por parte de la izquierda han suscitado distintas objeciones. La más frecuente es aquella según la cual el pueblo del que usted es portavoz ya no existiría más ¿Cómo respondería a esto?

Jean-Claude Michéa: la idea de que el pueblo “no existe más” –idea que hoy se encuentra muy difundida entre esos “sociólogos” de izquierda que no saben razonar más que en términos de “minorías”- es una idea completamente surrealista. Salvando las distancias ¡es como si los senadores de la Roma imperial hubiesen osado afirmar que bajo el benevolente reinado de Marco Aurelio ya no existían los esclavos! En realidad, el “pueblo”, en el sentido con que este término apareció en el centro de todos los análisis revolucionarios hace ya varias décadas, obviamente nunca ha desaparecido. Simplemente se ha vuelto invisible para la mayoría de los intelectuales de la clase dominante, quienes además confunden constantemente al “pueblo” en tanto que categoría sociológica con el “pueblo” en tanto que sujeto político a unificar en el marco de una política de alianza de clases.

Esto sucede por dos razones principales. La primera es aquella que en gran medida ha contribuido a poner en evidencia el geógrafo Christophe Guilluy (y que lo transformó en el blanco recurrente de los medios de comunicación de izquierda y de la sociología oficial, quienes buscan desacreditar su trabajo). En el siglo XIX se daba una relativa coexistencia espacial entre las elites, su personal doméstico y las clases trabajadoras -en ese entonces París contaba con muchísimas fábricas- que podía observarse hasta en la estructura de los edificios (particularmente en sus entrepisos y cuartos de servicio); por el contrario, la segregación espacial que la dinámica del capitalismo ha provocado entre la Francia de los quince grandes polos metropolitanos y la Francia “periférica”, ha llegado hoy hasta el punto en que las clases populares, obviamente siempre plurales y heterogéneas, casi que han desaparecido por completo del campo visual de la élite y de las nuevas clases medias (¡digamos que el reemplazo de los cajeros de los supermercados por sistemas automatizados evidentemente no mejorará las cosas!). En su vida cotidiana, estas categorías sociales privilegiadas -que de un tiempo a esta parte practican cada vez más un “segregacionismo elegante” a imagen y semejanza de la farándula y de los medios de comunicación- casi que ya no se vinculan con las clases subalternas que expresan a la mayoría del cuerpo social, a no ser por los inmigrantes que trabajan para ellos (empleadas de limpieza, niñeras, dealers, etc.) y que se concentran en los “suburbios” de las grandes metrópolis. Suburbios que, al estar incorporados en el sistema de la globalización (de allí las altas tasas de movilidad que los caracterizan) todavía cuentan con un conjunto de beneficios prácticos y materiales con los que, más allá de su deterioro, los habitantes de las zonas rurales abandonadas ni siquiera se atreven a soñar.

La segunda razón está asociada a propia la naturaleza de la globalización capitalista. En efecto, la misma conduce lógicamente a una nueva división internacional del trabajo. Desde este enfoque liberal, que encontró en Jacques Delors a uno de sus más fanatizados ideólogos, Brasil tuvo que transformarse en “la granja del mundo”, la India en “la oficina del mundo”, y China en “la fábrica del mundo” (Europa se reservó modestamente para sí misma el papel de “cerebro del mundo”, volcándose a la investigación científica y a la “innovación tecnológica”). Tal es así que Slavoj Žižek comentó con humor que la globalización liberal había realizado a su modo el sueño de Mao: ¡hacer de China el principal Estado obrero del mundo! Si añadimos a esto el hecho de que una gran parte de las actividades industriales más tóxicas y más contaminantes se han relocalizado en los países más pobres del planeta, tal vez comprendamos mejor las razones por las cuales las clases realmente productivas, aquellas sobre las cuales descansa todo el peso de la pirámide capitalista, han terminado fuera del radar de los intelectuales profesionales que teorizan sobre su supuesta “desaparición” desde las torres de marfil de las universidades.

Revue des Deux Mondes: ¿coincide con Christophe Guilluy cuando afirma en su libro Le crépuscule de la France d’en haut que “las clases populares están prófugas” (en referencia a los esclavos que se fugaban en Norteamérica) y que, una vez alejadas de los amos del mundo, serán capaces de reinventar formas de vida alternativas a las de la sociedad liberal?

Jean-Claude Michéa: este es seguramente uno de los aspectos más innovadores del libro de Guilluy. Cuando la lógica de acumulación de capital (y por lo tanto su “desarrollo desigual”) termina dejando de lado territorios enteros de una región en particular, los hombres y mujeres que habitan estos puntos ciegos del sistema liberal no tienen más opción que dar muestras de cooperación y autonomía si es que quieren sobrevivir colectivamente. En otras palabras, reactivarán a su manera los principios mismos del ideal socialista original; y desde este punto de vista entonces, es muchísimo más probable que un movimiento auténticamente emancipatorio encuentre su punto de partida político más coherente en la Francia periférica y no en la Francia de las grandes metrópolis. Podríamos denominar a este proceso como “síntoma de Detroit”: cuando esta ciudad pasó de contar con 2 millones de habitantes a 700 mil, como consecuencia del cierre de las grandes zonas industriales, pudimos ver cómo rápidamente florecía un impresionante número de iniciativas populares (como huertos urbanos o empresas auto-gestionadas), todas ellas orientadas a recrear las condiciones mínimas para una vida en común autónoma. Yo mismo vivo en una zona rural desertificada de la “diagonal del vacío”2, de modo que he tenido tiempo de sobra para verificar en mi vida cotidiana la pertinencia de los análisis de Guilluy. Hasta hace algunas décadas, el pueblo en el que vivo contaba con su propia estación de tren como así también con muchísimos comercios y tiendas de artesanos (¡había incluso un salón de belleza!). Hoy la estación está cerrada, todos los comercios desaparecieron, y los bancos casi siempre se rehúsan a otorgar créditos a todo aquel que les presente el proyecto “no rentable” de hacerlos revivir ¡Incluso el último café que quedaba en el pueblo -lugar por excelencia de la sociabilidad cotidiana- debió cerrar sus puertas! Y cuando sabés que la primera tienda de alimentos ahora se encuentra a 7 kilómetros y el primer hospital a 20 kilómetros, y que, además, el transporte público no tiene frecuencia y las comunicaciones telefónicas funcionan azarosamente, te imaginás muy fácilmente la cantidad de problemas a los que se enfrentan cotidianamente los habitantes de este pueblo, principalmente las personas mayores.

Si aun así, esta pequeña comuna de Landes, cuya riqueza más importante sigue siendo la belleza de su ambiente natural, todavía resiste eficazmente semejante terapia de shock liberal, es obviamente gracias a los esfuerzos de su municipalidad y, más aún, gracias a las prácticas tradicionales de ayuda mutua desplegadas por sus habitantes, esa common decency3 que provoca la risa de los sociólogos oficiales y de los periodistas de Politis o de Libération): sistemas de transporte benévolo4, conformación de cooperativas de agricultores y criadores, desarrollo de actividades orientadas a mantener el lazo social (por ejemplo, la caza cumple un rol cultural muy importante en este sentido), etc. Además, hay un síntoma que me llama poderosamente la atención: aquí, para poder comprar una revista o un diario cualquiera hay que recorrer varios kilómetros, pero La Décroissance o Fakir5 están al alcance de la mano en todas partes, incluso hasta en los pocos mini-mercados de la región. Pero cuando viví en Montpellier, ciudad de izquierda si las hay ¡puedo asegurarte que no encontrabas estos periódicos por ningún lado!

Revue des Deux Mondes: en el seno de la población inmigrante se puede observar un fuerte apego a los valores tradicionales (respeto por los ancianos, ayuda mutua familiar, celebración de festividades religiosas) ¿es posible ver en esta resistencia del inmigrante al individualismo el origen de esa desconfianza envidiosa por parte de aquellas capas sociales que están privadas de su propia cultura popular?

Jean-Claude Michéa: siendo mi familia política asiática ¡no me arriesgaría a contradecirte en tu primer punto! No obstante, sería conveniente aclarar dos cosas desde el vamos. Por un lado, la noción de “valores tradicionales” no debe ser tomada “en bloque”. Esta noción puede referirse con la misma justeza, o bien a aquellos valores de ayuda mutua comunitaria y a aquellos principios de identidad cultural que posibilitan mantener o incluso reproducir los lazos sociales primarios –aquello que Marcel Mauss llamaba “espíritu del don” y David Graeber “comunismo de base”-, o bien a aquellos valores que legitiman la dominación patriarcal, la subordinación de las mujeres y el rechazo del extranjero (siempre me quedo atónito por la fascinación que los intelectuales de izquierda experimentan frente a estos “nómades”, ya que cuando se conoce su cultura desde adentro ¡descubrimos que se basa exactamente en todo aquello que la izquierda denuncia como “reaccionario” o “de extrema derecha”!). Por otro lado, es evidente que, en esta cuestión, el verdadero clivaje no es el que enfrenta a las poblaciones surgidas de procesos inmigratorios por un lado y a las poblaciones nativas por el otro. En primer lugar, porque una gran parte de estas poblaciones nativas son el mismísimo testimonio de un “fuerte apego a los valores tradicionales” (¡vivir en Landes o en el País Vasco francés alcanza para comprobarlo!). En segundo lugar, porque el clivaje entre valores “comunitarios” y valores “individualistas” (por supuesto que me refiero con esto al mero individualismo liberal, posesivo y consumista) es un clivaje que hoy en día se da también hacia el interior del propio mundo de los inmigrantes; el “migrante tipo” de la era neoliberal es diferente de sus predecesores en muchos aspectos. Si dejamos de lado el problema específico de los refugiados de guerra, este nuevo tipo de migrante, surgido cada vez con mayor frecuencia de las clases medias urbanas, es en efecto reclutado entre los ciudadanos de países del sur que están fascinados, por sobre todas las cosas, con la forma de vida capitalista occidental (series de televisión norteamericanas mediante), y que, entonces, la mayoría de las veces no pretenden más que romper definitivamente las amarras que los atan a sus propias tradiciones familiares y culturales. Tal es así que recuerdo haber sido contactado en Montpellier por militantes de base del Cimade6 a los que este fenómeno había dejado completamente desconcertados. Con el acuerdo del gobierno y de los habitantes de varios pueblos pequeños del interior, acababan de lograr darle a un conjunto de inmigrantes africanos indocumentados tanto un estatus legal, como así también un alojamiento digno y un empleo razonable, y entonces pensaban que habían cumplido correctamente con la misión humanitaria que el aparato estatal asociativo les había confiado. El problema fue que, al cabo de unas semanas, estos inmigrantes rompieron el compromiso moral que los ligaba a los habitantes de los pueblos del interior y se esfumaron en el aire. Y cuando algunos meses más tarde estos militantes asociativistas terminaron topándose con algunos de los inmigrantes que deambulaban por Montpellier sin trabajo ni domicilio fijo, y les preguntaron por qué se habían ido, los inmigrantes respondieron entre carcajadas: “¡no hemos abandonado África para venir a vivir entre provincianos!”. Como vemos, la verdadera línea de demarcación en este tema puntual de la cultura popular, es aquella que ubica de un lado a quienes, siendo inmigrantes o nativos, les asignan un lugar central a los principios de decencia común, de solidaridad familiar y de ayuda mutua entre vecinos (principios que pueden encontrar sus pilares en una cultura religiosa o no), y del otro lado, a quienes ya han integrado plenamente en su vida cotidiana todos los principios del egoísmo “racional” y del ideal consumista (como, por ejemplo, el típico caso de las pandillas urbanas).

Y si por otra parte admitimos, siguiendo a Josiah Royce, que “sólo aquel que tiene costumbres propias puede comprender las costumbres de otro”, es razonable entonces que sigamos siendo optimistas respecto a la posibilidad de que un día las mayorías populares de todas las etnias podrán unificarse bajo un programa político de ruptura de esta lógica liberal “axiológicamente neutral” que permanentemente ahoga la identidad cultural de las mayorías y su forma de vida particular en “las gélidas aguas del cálculo egoísta”, retomando la expresión de Karl Marx.

Revue des Deux Mondes: ¿entonces, en su opinión, tendríamos que dejar de ser tan ingenuos como para considerar que cualquier refugiado proveniente de un país del sur es un individuo arraigado en tradiciones pre-capitalistas, partidario de una sociedad personalista?

Jean-Claude Michéa: allí reside toda la diferencia respecto de las antiguas oleadas inmigratorias. Por mencionar sólo un ejemplo: los exiliados republicanos españoles rápidamente buscaban su puesto de batalla junto al trabajador francés para luchar espalda con espalda contra el capitalismo. Por el contrario, es raro encontrar entre los refugiados “políticos” de hoy día a aquellos que todavía estén animados por un ideal anticapitalista semejante, y que por ejemplo deseen, al arribar a Francia, sumarse a la lucha de los movimientos decrecentistas. Por supuesto que Angela Merkel tenía esto en mente al momento de organizar cínicamente la llegada a Alemania de un millón de refugiados sirios, cifra que casualmente coincidía con las demandas formuladas por las grandes patronales al otro lado del Rin, con el propósito de presionar todavía más los salarios -ya muy a la baja- de los trabajadores alemanes (obviamente, los medios de comunicación oficiales se las arreglaron muy bien para que este punto no esté sobre el tapete). Y considerando además el trato ruin de “Mamá Merkel” al pueblo griego algunos meses antes ¡habría que sospechar de la sinceridad de sus convicciones “humanitarias”!

Revue des Deux Mondes: con respecto al reemplazo de la tradición por la moda ¿cuál es allí el rol de la farándula? ¿la exhibición de personalidades del mundo del espectáculo para el entretenimiento de la gente no es una astuta forma de hacerle olvidar al pueblo que ha sido relegado?

Jean-Claude Michéa: la “sociedad del espectáculo”, incluso si ella encuentra en la dinámica del capital las condiciones más propicias para su desarrollo integral, no constituye por supuesto un fenómeno completamente novedoso, puesto que todas las sociedades basadas en la dominación de clase conocieron algún equivalente particular del panem et circenses romano. Sin embargo, conviene precisar aquí dos cuestiones. En primer lugar, no debemos confundir cultura popular –que casi siempre viene “de abajo”, o eventualmente expresa la reapropiación de una forma de cultura “superior” por parte de los de abajo- con “cultura de masas”, aquella que permanentemente difunde la industria del entretenimiento y de la moda, y que constituye, de hecho, un engranaje decisivo del poder blando liberal. Una cosa es la cultura de la tauromaquia española o del góspel afro-americano ¡y otra cosa es Cyril Hanouna! Claro que estas dos formas de cultura interactúan de manera constante y pueden dar lugar a múltiples hibridaciones. Esto podemos observarlo muy bien en el caso del fútbol, cuya esencia popular se ve cada día un poco más comprometida gracias a su creciente inscripción en la lógica del mercado y de la cultura de la farándula. En segundo lugar, la noción de entretenimiento no debe ser reducida exclusivamente a sus funciones alienantes. El momento del placer, del juego, de la diversión y de la fiesta pertenece de pleno derecho a toda existencia humana que se digne de ese nombre, a menos que busquemos naufragar en esa visión elitista y puritana del mundo cuyas bases filosóficas ya fueron establecidas por Tertuliano en su famoso tratado De Spectaculis7. George Orwell, por ejemplo, escribió: “si un hombre no puede gozar del retorno de la primavera ¿entonces por qué debería ser feliz en una utopía que alivianara el trabajo humano?”. Así, es evidente que una política socialista también debe fijarse como meta proteger las dimensiones no políticas de la vida humana, que incluyen aquello que Simon Leys denominó como el reino “de lo eterno y de lo frívolo”. Dicho esto -e incluso si el mundo de Cyril Hanouna nos hace echar de menos al mundo de Guy Lux y de Mireille Mathieu- entiendo que el nervio principal de la dominación ideológica de “los de abajo” por parte de “los de arriba” sigue siendo esta industria omnipresente de la “información” cuyos rasgos casi norcoreanos aumentan cada día más (pensemos por ejemplo en el caso extremo de France Info). En efecto, esta propaganda encubierta, que se propaga las veinticuatro horas con ese aire de indiferencia propio del fact checking8 y de la expertise neutra e imparcial, es la que contribuye del modo más perverso a que la inteligencia humana sea colonizada permanentemente por una lógica de “ciudadanismo comercial”. Y no utilizo la metáfora de la “colonización” azarosamente: luego de que las colonias francesas lograran su independencia ¿saben en qué se convirtieron los innumerables funcionarios de las colonias que tenían la misión de “reeducar” a las poblaciones nativas del Imperio inculcándoles los principios del “racionalismo” moderno y de la superioridad de la civilización occidental? Pues seguramente les interesará saber que en cuanto volvieron a pisar el suelo de la metrópoli ¡el Estado les encargó a estos mismos funcionarios la misión de poner las “competencias” pedagógicas que habían adquirido en su contacto con los nativos al servicio del nuevo proyecto de “modernización” de Francia liderado por Georges Pompidou en los años sesenta! En otras palabras, lo que esto nos muestra es que, justo en el momento preciso en que el concepto de “pueblo” empieza a desaparecer del discurso de los políticos y de los “expertos”, la clase política se comienza a relacionar con las clases populares de nuestro país como si éstas conformasen un rejunte de tribus subdesarrolladas, que viven replegadas sobre sí mismas, y cuyas mentalidades supuestamente arcaicas deberán adaptarse lo más rápido posible, a partir de ese momento, a las exigencias económicas, urbanísticas y culturales de la modernidad capitalista. Que esta representación indiscutiblemente neocolonial de las clases populares de la propia metrópoli haya sido reciclada tan rápida y eficazmente por las élites universitarias posmodernas al servicio de su propia lucha contra todas las discriminaciones existentes (pensemos en el personaje del “cuñado”: alcohólico, racista y homofóbico9) ¡es un hecho definitivamente elocuente respecto de lo que hoy constituye el verdadero imaginario de la intelligentsia de izquierda!

Revue des Deux Mondes: el término “fascismo” está prácticamente pasado de moda, y hoy el término preferido para estigmatizar al adversario a abatir es el de “populismo”. Para Cristopher Lasch, a quien usted contribuyó a divulgar en Francia, este término tiene un sentido completamente diferente ¿Se le ocurre alguna manera de lograr que la palabra “populismo” adquiera resonancias positivas?

Jean-Claude Michéa¡no estaría tan seguro! ¡A la acusación de fascismo todavía le queda por delante un futuro promisorio! ¿Qué otro blanco podría preferir una izquierda que se ha mimetizado completamente con todos los valores de aquello que el liberal Karl Popper llamaba la “sociedad abierta”? Lo cierto es que, y en este punto tenés toda la razón, el término “populismo” es el que continuamente movilizan los periodistas en su propaganda mediática cotidiana para significar la forma contemporánea del mal absoluto. La desviación del sentido original de las palabras no es más que un aspecto entre otros de la labor permanente de los propagandistas mediáticos que pretenden reconstruir nuestro vocabulario según la ocasión. Y de modo tal que siempre les sea útil para la disimulación de los hechos concretos en la mejor tradición de la neolengua de 1984 de Orwell. Seguramente habrán notado que en los grandes medios ya prácticamente no se hace referencia a que los votantes del Frente Nacional provienen en su mayoría de las clases populares. Cualquier periodista que se precie de serlo debería, de ahora en más, decir que este partido moviliza en primer lugar a la gente “sin estudios”. Tampoco escuchamos a ninguno de esos editorialistas, tan bien predispuestos a defender al capitalismo cotidianamente, reconocer públicamente que la única preocupación de Anne Hidalgo y su equipo ha sido siempre impedir que los pobres vengan a alborotar el gueto de la burguesía parisina ¡lo que sí dirán en cambio es que ella sólo pretende prohibir la entrada a París de los vehículos que contaminan el ambiente! En cuanto al sentido original del término “populismo”, la cuestión no debería presentar mayores problemas a nadie que todavía cuente con un mínimo de cultura histórica. En principio designó a la corriente mayoritaria del movimiento socialista bajo la Rusia zarista (corriente a la que Marx y Engels tanto estimaban) que contra la doxa socialdemócrata tradicional, afirmaba que los campesinos, los artesanos y los pequeños empresarios podrían tener un lugar propio en una economía socialista desarrollada; esto condujo a los naródniki10 a enfrentarse tanto a la idea de una colectivización integral de la agricultura, como así también al posterior culto leninista de la gran industria, del sistema de producción taylorista y del crecimiento ilimitado de la economía. La falsificación de este sentido inicial del término “populismo” es relativamente reciente (¡a casi nadie se le habría ocurrido, en el Mayo francés, ver en este término un sinónimo de fascismo!). Digamos que esta falsificación se remonta esencialmente a los primeros años de la década de los ochenta. Es decir: al momento preciso en que el lenguaje del neoliberalismo triunfaba en todos los medios oficiales (recordemos aquí el rol decisivo que en el año 1984 jugó el programa televisivo “¡Vive la crise!”11 impulsado por Laurent Joffrin, ya en aquel entonces haciendo de las suyas). Dicho esto, pareciera ser que hoy esta manipulación lexical estaría perdiendo parte de su eficacia (el partido Podemos, influenciado por el teórico argentino Ernesto Laclau, ha contribuido bastante a rehabilitar el sentido verdadero del término “populismo”). Pero incluso si el término perdiese su eficacia, confiemos en los evangelistas del sistema, en todos los Jean-Michel Aphatie del mundo, ya que inmediatamente ellos inventarán el nuevo concepto que les permitirá demonizar con renovada eficacia cualquier cuestionamiento al sistema liberal.

Revue des Deux Mondes: para reflexionar concretamente sobre el mundo que está frente a nosotros, tomemos el caso del proceso electoral que está teniendo lugar hoy en Francia12. Recuperando al historiador norteamericano Russel Jacoby, usted subraya las contradicciones de esa derecha “que venera al mercado mientras maldice a la cultura que éste engendra”. Poniendo bajo la lupa los acontecimientos recientes ¿usted cree que aún es posible sostener semejante camelo?

Jean-Claude Michéa: en la derecha moderna -ya no la derecha monárquica y clerical del siglo XIX- efectivamente opera una contradicción permanente y estructural. Convertida por completo al liberalismo económico desde su abandono definitivo del degaullismo (la elección de Valéry Giscard d’Estaing en 1974 materializó esta conversión) la derecha se ubica siempre en los puestos de avanzada de todas las batallas por la desregulación integral de la economía. Pero al mismo tiempo y dada la estructura particular de su base electoral histórica, se ve obligada a mantener su retórica “conservadora”, que es con lo único que todavía puede convencer a su electorado popular de que ella sigue siendo la última guardiana de sus valores tradicionales y de su seguridad física. Si admitimos, siguiendo a Marx, que la economía capitalista está movida desde su origen por una dinámica modernizante y revolucionaria que aplasta hasta el más mínimo obstáculo moral o natural, entenderemos fácilmente por qué esta derecha neo-giscardiana se ve obligada cada vez más a quedar bien con Dios y con el diablo. Por ejemplo, debe remarcar sin cesar su apego a nuestras raíces cristianas, que incluyen por definición al carácter sagrado del día domingo, pero al mismo tiempo hace campaña, como si fuera un Éric Brunet cualquiera, por la apertura dominical de todas las empresas y comercios. Teniendo esto en cuenta, vemos que en la actualidad es verdaderamente mucho más difícil ser un liberal de derecha (a menos que seamos esquizofrénicos o carezcamos de toda estructura intelectual) que un liberal de izquierda. Por ejemplo, una Najat Vallaud-Belkacem -integrante del selecto círculo de los “Jóvenes Líderes” liberales de la French American Foundation, al igual que Éric Fassin o Alain Minc- por supuesto que no tendría ningún problema en hacer carrera en Silicon Valley ¡lo que obviamente no sucedería con una Christine Boutin! Esto explica, entre otras cosas, las dificultades crecientes que hoy encuentra la derecha francesa para mantener de forma coherente este juego ambivalente; en este preciso instante nadie puede saber qué dirán las urnas en mayo, pero estas dificultades podrían conducir a la derecha a perder unas elecciones presidenciales que, sin embargo, podría haber ganado holgadamente si hubiera llevado como candidato de consenso a Alain Juppé. Los sectores más modernizantes de las grandes patronales y del mundo financiero entendieron rápidamente que un François Fillon (al igual que un Donald Trump en los Estados Unidos) les planteaba muchos más problemas que los que podría realmente resolver: un país listo para prenderse fuego si se abolieran brutalmente las últimas conquistas de las clases populares (ésta es, sin dudas, la verdadera explicación del “affaire Fillon13”). De allí este apoyo precipitado de una parte creciente las élites económicas y mediáticas a la candidatura de Emmanuel Macron (cuya activación política estaba reservada para más adelante) y, por lo tanto, a esta idea de que las reformas necesarias que demanda la continuidad de aventura liberal hoy sólo pueden ser puestas en marcha de un modo eficaz e inteligente a la vez por un gobierno capaz de trascender los viejos clivajes. En este sentido, cuando el capitalismo deviene “para sí” aquello que desde siempre había sido “en sí”, o en palabras más simples, cuando la unidad entre liberalismo económico y liberalismo cultural comienza a ser integralmente asumida por los círculos más lúcidos de la elite en el poder, hay que estar preparados para entrar progresivamente en la era de las grandes coaliciones ciudadanas y del liberalismo integrado. Dicho de otro modo y retomando la fórmula de Wolfgang Streeck: estar listos para ingresar en la era del “capitalismo post-democrático”. Todo esto siempre y cuando el sistema capitalista tal como lo conocemos esté en condiciones de prolongar por algunas décadas más su carrera hacia el abismo. ¡Y lo cierto es que tenemos razones para dudarlo!

Revue des Deux Mondes: usted no cree en la derechización de la sociedad francesa ¿para usted se trataría más bien de su conversión al liberalismo?

Jean-Claude Michéa: el concepto de “derechización de la sociedad” constituye el mismísimo ejemplo de esas construcciones periodísticas que enamoran a la intelligentsia de izquierda ¿Apunta a describir las transformaciones políticas y culturales que afectan a la sociedad francesa en general? ¿O por el contrario describe solamente la evolución política de las clases dirigentes? ¿O incluso también describe la evolución política de las clases populares y de la “Francia periférica”? He aquí un punto crucial que nuestros brillantes sociólogos dejan habitualmente en las sombras. El concepto de derechización no puede por sí mismo ser utilizado de forma interesante si no tenemos primero el cuidado de precisar a qué derecha nos estamos refiriendo, puesto que, como ya sabemos, este término tiene múltiples acepciones. Por ejemplo, puede emplearse para legitimar tanto el culto del Estado absoluto -como en el caso del fascismo clásico-, como así también el proyecto de uberización integral de la vida -como en el caso de los libertarios de Silicon Valley-. Y entre ambas posibilidades, por supuesto, toda la gama de colores del arcoíris liberal. No obstante, en la medida en que este concepto ha devenido uno de los principales puentes entre los burros de la sociología oficial y sus corresponsales mediáticos (lo que ya de por sí nos hace sospechar) está claro que debemos encarar una hipótesis completamente diferente. Me temo, en efecto, que no se trata más que de la enésima tentativa de la intelligentsia liberal de izquierda –cuyo miedo actual ante la pérdida de todos sus privilegios es perfectamente comprensible- por demonizar la ruptura cada vez más manifiesta de las clases populares con la neutralidad axiológica constitutiva de la sociedad de mercado, puesto que inevitablemente está disolviendo, cada día un poco más, las identidades y las formas de vida específicas del pueblo. Desde esta perspectiva, el “affaire Fillon” claramente confirmó, como si hiciera falta, que las clases populares saben trazar perfectamente la diferencia entre la lógica puramente procedimental del derecho burgués (por ejemplo, las prácticas de optimización fiscal de las grandes empresas transnacionales son completamente legales) y los principios muchísimo más exigentes de la decencia común. Desde luego, este deseo de la gente común -cada vez más consolidado frente a la aplanadora de la dinámica capitalista- de ver que finalmente los criterios éticos recuperan su lugar en la vida económica, política y cultural de un mundo que se deshace delante de sus ojos, no está exento de ambigüedades. Ante la ausencia de cualquier movimiento de masas capaz de reinscribir a la gente común en una lógica claramente anticapitalista, en cualquier momento ésta puede terminar siendo reciclada y puesta al servicio de ideologías totalitarias –desde el fascismo clásico hasta el islamismo radicalizado- o, incluso, al servicio de ideologías desprovistas de toda coherencia política –como el neo-boulangismo del Front National-. ¡Pero este es justamente el eterno problema! Si las clases populares -a las que sólo un sistema basado en la cooperación y en la promoción de la autonomía individual y colectiva podría permitirles hacerse cargo de las aspiraciones humanas más esenciales- terminan depositando sus esperanzas en ideologías totalitarias o incoherentes, es principalmente porque la izquierda y los carneros de la intelligentsia (aquellos sobre los cuales Guy Debord señalaba, ya en 1993, “que no conocen más que tres crímenes inadmisibles, con exclusión de todo lo demás: racismo, anti-modernismo, homofobia”) ya las han sacrificado deliberadamente en el altar de la economía de mercado y de la cultura que ésta engendra. Ya va siendo hora de aprender la lección. Y, si es posible, antes de que sea demasiado tarde.


Notas


1 N. del T.: en el título original en francés (Peuple, people, populismes) se presenta un juego de palabras entre los tres términos que se basa en su raíz latina compartida. No obstante, el anglicismo people es utilizado en Francia para referirse a las personalidades del mundo del espectáculo o celebridades, es decir: a lo que coloquialmente se conoce como “farándula”. De este anglicismo deriva otro, también de uso frecuente en Francia, que es empleado para referirse al proceso contemporáneo de “farandulización” de la política: pipolization. Ambos términos se inspiran en la revista semanal norteamericana People, dedicada principalmente a presentar detalles sobre la vida privada de las celebridades.

2 N. del T.: el término francés es “diagonale du vide”. Es utilizado para designar a una extensísima franja territorial que atraviesa Francia desde las Ardenas hasta los Pirineos, o más precisamente, desde el departamento de La Meuse en el noroeste hasta el departamento de Landes en el suroeste. El “vacío” al que hace referencia la expresión está asociado tanto a la baja densidad poblacional de los pueblos dentro de esa franja -resultado de diferentes oleadas de éxodo rural-, como así también a la marginación de estos pueblos en el plano de las políticas públicas (servicios públicos, protección de actividades productivas, etc.) y al silenciamiento de los mismos en los medios de comunicación y en la cultura oficial. Varios pensadores de diferentes disciplinas han destacado la particular adhesión de los habitantes de la “diagonal del vacío” a las protestas masivas de los Chalecos Amarillos surgidas en Francia en 2018.

3 N. del T.: el concepto common decency es utilizado en inglés por el autor en la versión original, con la intención de remitirlo a uno de sus principales divulgadores –o tal vez incluso su creador-: el escritor inglés George Orwell, en cuyo pensamiento el propio Michéa encuentra inspiración, y sobre el cual incluso ha publicado libros (Orwell, anarchiste Tory, Paris: Climats, 1995 y Orwell éducateur, Paris: Climats, 2003). El concepto podría ser traducido al español como “decencia común” o “decencia de la gente común”.

4 N. del T.: transporte benévolo, o en francés covoiturage bénévole, hace referencia a los conductores de vehículos privados que se ofrecen voluntaria y gratuitamente a transportar a aquellos miembros de la comunidad que no pueden desplazarse por sus propios medios, ya sea por su edad, por falta de recursos, por discapacidad, o directamente por la ausencia de transporte público en la zona. Estos conductores pueden ser familiares, amigos, o simplemente vecinos o residentes de la zona.

5 N. del T.: publicaciones ligadas al movimiento decrecentista y a la izquierda de tipo autonomista, respectivamente.

6 N. del T.: Cimade: Comité inter-mouvements auprès des évacués.

7 N. del T.: este tratado de Tertuliano fue redactado entre los últimos años del siglo II y los primeros años del siglo III. De Spectaculis puede traducirse como “Acerca de los espectáculos”, aunque en la versión original en francés de esta entrevista Jean-Claude Michéa se refiere al mismo como Contre les spectacles (“Contra los espectáculos”), ya que existen traducciones del latín al francés que llevan ese título.

8 N. del T.: en inglés en el original. Se trata de un concepto periodístico que puede traducirse como “verificación de la información”.

9 N. del T.: el personaje al que se refiere el autor es el beauf (acrónimo de beau-frère: cuñado) creado en 1973 por el humorista gráfico Jean Cabut –alias Cabu- para la revista Charlie Hebdo. Según Cabu, las fuentes de inspiración para crear a su beauf fueron el cantinero de su pueblo (Chalon-sur-Saône) y Jacques Médecin (alcalde de Niza desde mediados de los años sesenta). De hecho, en las historietas de Cabu, al beauf se lo ve trabajando siempre como cantinero, carnicero, taxista, capataz, etc., mostrando de este modo su pertenencia a la pequeño-burguesía proletarizada o directamente a la clase obrera, de modo tal que, en definitiva, el beauf sería una expresión del francés “promedio” o común. Las características del beauf eran el conservadurismo, el machismo, la obsesión con el sexo, con los deportes y con la televisión, el sentido común, el mal gusto, etc. El sentido con que el término beauf se popularizó en Francia podría relacionarse con el de “hortera” en la cultura española, o con el de “groncho” en la cultura rioplatense, aunque éstos carecen de la densidad política del término francés.

10 N del C.: Naródnik o Naródniki (en plural), que se suele traducir como populista o populistas (en plural),​ es el nombre que reciben los revolucionarios rusos de las décadas de 1860 y 1870. Su movimiento fue conocido como Naródnichestvo (populismo) y consistió en una especie de socialismo agrario​ construido sobre entidades económicas autónomas que, enlazados entre sí, construían especie de federación que sustituía al Estado.

11 N del T.: “¡Viva la crisis!”.

12 N. del T.: el entrevistador se refiere a las elecciones presidenciales que tuvieron lugar en abril y mayo de 2017, algunas semanas después de realizada esta entrevista, en las que resultó ganador Emmanuel Macron.

13 Nota del C.: Se refiere a un escándalo político-financiero en el que se acusó a familiares del político francés François Fillon de haber recibido trabajos remunerados que involucraron muy poco o ningún trabajo real.

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